Murallas Carlistas de Amposta

No tenemos constancia de que Amposta estuviera amurallada antes de las guerras carlistas. Solo a partir de la Primera Guerra Carlista se levantó una cerca. Con premura y materiales precarios y sin demasiada solidez, como era habitual en esa época.

Es corriente que al comenzar nuevas obras y edificaciones en la ciudad, aparezcan restos, pero son estudiados y vueltos a tapar. Y a pesar de que en algunas fuentes se informa de la existencia de algunos tramos de la muralla, nosotros no tuvimos la suerte de poderlos encontrar.

Según unos planos fechados el 24 de marzo y el 25 de abril de 1838 elaborados siguien­do las indicaciones del brigadier Pedro Aznar, el recinto debía estar separado de las casas, para evitar que con la ayuda de alguien desde el interior se pudiera acceder por las ventanas o aberturas posteriores de alguna de las construcciones dentro de la po­blación, como parece que había ocurrido alguna vez en otros lugares en el transcurso de la Primera Guerra Carlista. El sistema de defensa básicamente se fiaba en unos baluartes (el Grande o de Isabel II y el de los Carabineros o del Barón de Meer) y unos torreones (Trinquete y de la Fá­brica) donde poder situar piezas de artillería, unidos mediante cortinas lisas con numerosas aspilleras, todo hecho con mampostería de piedra y argamasa, con madera para entarimados y vigas en edificaciones auxiliares.

Desde el lado más bajo, la cortina, apoyada en el río a partir de la torreta de los Carabineros llegaba hasta el semitorreón del Trinquete, teniendo en medio el ba­luarte del Barón de Meer o de los Carabineros, protegiendo una de las puertas de la villa, de dos batientes de madera maciza y rastrillo, cerca del cual se encontraba una casa habilitada como cuerpo de guardia.  En total hacía unas ciento cincuenta varas de largo por seis de alto y tres y medio de ancho.

Desde el torreón del Trinquete la cortina iba hasta el semibaluarte Grande o de Isabel II, de donde salía la carretera de Valencia, con una cortina de unas ciento sesenta y tres varas de largo, desde allí iba otra cortina de unas ciento veinte varas hasta el semitorreón de la Fábrica, que enlazaba con la misma mediante una doble caponera. En la mitad de la cortina salía el camino hacia Masdenverge y Ulldecona, prolongación de la calle Mayor.

Desde el torreón de la Fábrica una cortina de unas ciento sesenta y seis varas enlazaba con el castillo, y en medio de esta salía el camino hacia Tortosa.

También se reforzó el castillo con una cortina desde la torre de San Juan hasta la tronera antigua, de tres varas y media de ancho, levantando un parapeto para fuego de fusil. En la tronera se le añadieron merlones y parapeto, midiendo en total seis varas de ancho, levan­tando la altura del parapeto hasta tres varas y medio.

El sistema de cruce del río Ebro por medio de barcas permaneció inalterado.

Tercera Guerra carlista. Según unos planos de las nuevas fortificaciones fechados en marzo de 1876, tan­to generales como de detalles, la fortificación era más sencilla que la de la Primera Guerra Carlista, aprovechando en parte el nuevo canal de la Derecha del Ebro como elemento defensivo, con unas cortinas aspilleradas que no llegaban al metro de an­cho, y entre dos y cuatro metros de altura, con unos baluartes más sencillos, con plataforma sobre el nivel del suelo entre dos y tres metros para poder instalar piezas de artillería, con una rampa de acceso, y una altura total de entre cuatro y seis metros, con cañoneras y aspilleras fusileras, que en la puerta que conectaba con la carretera de Valencia era de dos pisos.

Pronto comenzó su prueba de fuego, puesto que del 7 al 14 de octubre de 1837 sufrió un asedio por parte de los carlistas. Al mando de Ramón Cabrera tres mil carlistas con cinco piezas de artillería pusieron sitio a la ciudad. Pero el ataque fue abortado en el último momento por la llegada desde Tarragona del brigadier Pedro Aznar con una división isabelina para socorrer a los sitiados.

Según el mismo Pedro Aznar hizo notar, la fortificación exis­tente era suficiente para soportar golpes de mano, pudiendo contener al enemigo por unos días, pero insuficiente ante asedios con artillería. El 16 de octubre ordenó que se repasaran las fortificaciones existentes, que se reducían a una cerca de unas mil varas castellanas de perímetro, teniendo al Norte los restos del castillo, separado de la ciudad por un pequeño foso. En el castillo existían unos edificios destinados a alojamiento de la guarnición, almacenes y cuerpo de guardia. En ese momento se decidió mejorar las defensas, básicamente reduciendo el perí­metro de la fortificación de la villa, talando todos los olivos y algarrobos de alrededor y derribando todas las construcciones y casetas del exterior a una distancia de medio tiro de cañón desde la muralla.

Con el fin de la guerra se consideró innecesario mantener en funcionamiento la fortificación de Amposta, por lo que en fecha 23 de junio de 1845 se dio la orden de inutilizarla, lo que fue cumplido poco después, de manera que durante la Segunda Guerra Carlista se sabe que tropas leales a Isabel II tuvieron que refugiarse en la iglesia arciprestal en construcción, como fuerte principal de la población, ante un ataque carlista, rodeando en ese momento la villa un simple muro y un foso.

Durante la Tercera Guerra Carlista, el jefe carlista Pascual Cucala tomó Ampos­ta el 21 de febrero de 1874, recuperándose la villa el 23 de septiembre por tropas leales al Gobierno, procedentes de Tortosa. Sólo dos días después se inició la nueva fortificación de Amposta a expensas de la población, resistiendo dos ataques carlistas posteriores, uno del 10 al 12 de octubre del mismo año, cuando lle­garon refuerzos desde Tarragona, y otro el 14 de marzo de 1875, rechazado por la guarnición, siendo apoyada por varias lanchas blindadas venidas de Tortosa.

Ya terminados los combates, en 1876 se dio la orden de inventariar las fortifica­ciones de todos los ayuntamientos, obligando a los alcaldes a su mantenimiento, y posteriormente consta que en fecha 7 de octubre de 1877 desde el ayuntamiento se pidió a la autoridad militar abrir la muralla por la puerta de San José, ya que así se facilitaba el acceso a la carretera de Valencia, y por el acceso al “Povador”. Tras varias gestiones, el 10 de noviembre de 1877 se daba el permiso solicitado, con la condición de que si hiciera falta volver a cerrar las aberturas, debían hacerse cargo los vecinos. Posteriormente, en mayo de 1888 se promulgó una Real Orden por la que las murallas y fortificaciones de poblaciones que no eran plazas fuertes, como Amposta, pasaban a ser de titularidad municipal, haciendo los ayuntamientos lo que más les conviniera, o conservarlas o derribarlas.