Castillo de Riópar

Frente Sureste del tercer recinto. Se aprecian tres de sus cubos y por encima, los restos de la torre del Homenaje.

Sobre una colosal roca que se alza en medio del hermoso y rico valle del río Mundo, rodeado por completo por altas montañas. El emplazamiento es asombroso por su elevación y el dominio del entorno. Su acceso es sencillo pues se puede llegar en vehículo hasta el pueblo de Riópar Viejo, situado frente a sus muros.

Muy mal estado. Prácticamente lo único que queda es el lienzo Sureste con sus cuatro cubos, todo muy arruinado. En su interior quedan escasas ruinas.

La roca del castillo, en medio del valle, fotografiada desde el Sureste. Se aprecian las casas del poblado de Riópar Viejo.

Castillo roquero con tres recintos sucesivos y escalonados, de planta irregular dispersa. Su longitud máxima es de 130 m. y su anchura de 81 m. englobando una superficie de 6.750 m2. Prácticamente solo contaba con defensas en el flanco Sureste, el más débil y el único accesible, pues en el resto las paredes rocosas verticales de enorme altura hacían innecesarias las defensas. El tercer recinto era el más bajo y el más grande, englobaba la puebla al pie del castillo propiamente dicho y se ha perdido por completo, a excepción de un pequeño lienzo de grandes mampuestos en el extremo Este, sobre la carretera. No obstante, se pude seguir su perímetro por los trabajos realizados en las rocas para acentuar su verticalidad. Del recinto intermedio o segundo recinto, a pesar de existir noticias de restos de sus torres delante de la iglesia, no encontramos absolutamente nada. El tercer recinto es el más elevado y el mejor protegido y del que quedan los más importantes restos. Conserva cuatro torres unidas por cortinas en el frente Sureste, realizadas en mampostería por hiladas, unas cuadradas y otras con las esquinas redondeadas, con saliente escaso. Distan unos 15 m. unas de otras. Estas torres parecen de momentos diferentes y alcanzan en torno a los cinco metros de altura. Alguna conserva vestigios de las cámaras que ocupaban la planta superior. También conservan restos de un antemuro a los pies. En el interior del recinto quedan tan solo unas paredes de la enorme torre del Homenaje, de planta rectangular y de fábrica similar al resto. En una de sus cortinas aparecen tres saeteras. Además en la cima de todo el conjunto aparecen los cimientos de otra torre de planta rectangular, pero con muros más endebles que los del Homenaje. El resto está cubierto de hierba. Hay que indicar que el cementerio moderno está a los pies del castillo, pero durante el siglo XIX y parte del XX se utilizó el castillo como cementerio, apareciendo desperdigadas por todo el recinto diversas tumbas con sus lápidas correspondientes. En el espacio que englobaba el gran recinto inferior del castillo, existen varias fuentes de excelentes aguas, lo que resolvía los problemas de sed de los defensores en caso de asedios.

 

 

 

Único lienzo conservado del recinto inferior.

Frente Sureste del tercer recinto, con sus magníficas torres, cuatro para ser exactos, un par de ellas cubiertas por la hiedra.

 

 

En esta imagen de la torre se aprecia la disposición de los mampuestos en hiladas. Al fondo, las dos torres cubiertas por la hiedra.

 

 

Entrada actual, posiblemente ocupe el lugar de la entrada original. La puerta metálica se colocó para encerrar el cementerio.

 

 

 

Interior de una de las torres.

El Cerro del Castillo ha sido ocupado por todos los pueblos desde la prehistoria hasta nuestros días. Íberos, romanos, visigodos y, sobre todo, musulmanes, pues musulmanes fueron los restos de la primera fortaleza que se levantó. Fue conquistado a los moros en 1213 por las huestes de Alfonso el Noble, poco después de Alcaraz, y tras el desconcierto que supuso para los moros la gran derrota de las Navas de Tolosa. Quedó como el vértice más meridional de los dominios castellanos en tierras musulmanas, sin más apoyo que el que pudiera proceder de la gran fortaleza de Alcaraz. Para asegurar la defensa, los cristianos expulsaron a la totalidad de la antigua población musulmana, con el fin de quedar a salvo de posibles sediciones desde el interior del recinto. La pequeña guarnición cristiana, sumamente aislada, debió confiar su subsistencia a las fuertes murallas y al imponente roquedo que las sustenta. Poco a poco, conforme la frontera se desplazaba hacia el Sur, se fue poblando con la llegada de algunos colonos. 

Imágenes de la torre del Homenaje, de planta rectangular. En uno de sus lados conserva tres saeteras.

Riópar fue codiciado por Alcaraz, cuyo poderoso concejo luchaba por apoderarse de todas las aldeas y castillos de la zona, y por la Orden de Santiago, cuyos comendadores hacían la competencia al concejo alcaraceño. Todavía en 1242 el concejo de Riópar era independiente, pero tras las presiones de Alcaraz sobre el rey Alfonso X el Sabio, este monarca redactaba un privilegio en 1256 por el cual donaba Riópar a Alcaraz. Durante el siglo XIV las pestes y las guerras obligaron al concejo de Alcaraz a repoblar con nuevas gentes Riópar varias veces. A finales del siglo XIV es cuando la población se estabilizó y comenzó a surgir el pequeño núcleo que andando el tiempo se convirtió en el poblado cuyas casas quedan. Entrado el siglo XV, el comendador santiaguista, don Rodrigo Manrique, no cejaba en provocar molestias y quebrantos a los vasallos alcaraceños de todas las aldeas del Sur del concejo, especialmente Riópar. Cuando en 1434, recibió de manos de Juan II, las villas de Bienservida, Villapalacios y Villaverde, quedaron como únicas posesiones alcaraceñas en toda la sierra, Riópar y Cotillas. El comendador santiaguista, aliado con moros y navarros saqueó las tierras de Ayna, Bogarra, Paterna y Riópar en 1457. 

 

 

 

Torre del Homenaje.

Cuando Alcaraz cayó en manos de Juan Pacheco y de su hijo don Diego, marqués de Villena, don Pedro Manrique, hijo de don Rodrigo, inició una serie de acciones contra ellos que culminaron en un fracasado asedio de la ciudad y en la toma del castillo de Riópar por sorpresa. En una rápida acción, don Pedro arrebató la fortaleza al alcaide don Juan Alonso de Haro y colocó allí una fuerte guarnición mandada por su fiel capitán García de la Mora. Hecho esto reforzó los muros y mandó excavar en la roca viva un gran aljibe para abastecer de agua a los soldados. Los alcaraceños intentaron varias expediciones para recuperar la fortaleza pero las desavenencias entre ellos hacían fracasar todos los intentos. Nombrado alcaide de Alcaraz, don Martín de Guzmán en 1474 se propuso conquistar para Alcaraz el castillo de Riópar. Y lo hizo en una noche de tremenda nevada, tras un audaz golpe de mano. Los vecinos de Riópar se alzaron contra el alcaide Alfonso Montoya, impuesto por el marqués de Villena, porque un par de  soldados mataron a uno de ellos y no los quiso entregar para que se hiciera justicia. Por ello los propios vecinos iniciaron un asedio a la fortaleza. Cercada la fortaleza por el vecindario, acudió en su ayuda el alcaide de Segura, enviado por Pedro Manrique desde Siles, con 150 peones y unas pocas lanzas, a los que se fueron uniendo sucesivas tropas de infantería, caballería y cañones. A estos, siguieron más hombres con varias piezas de artillería, que comenzaron a batir el castillo emplazadas en la calle principal de la villa. Pronto cayeron un muro y las dos garitas ubicadas junto a la puerta. Alarmado el alcaide Montoya por las fuerzas manriqueñas envió un emisario al marqués de Villena pidiendo ayuda, pero fue capturado por los sitiadores y ahorcado inmediatamente frente al castillo. Durante el cerco, un soldado de Manrique consiguió apoderarse de un hijo de Montoya engatusándolo con unas cerezas. Luego cada vez que los sitiados disparaban su artillería colocaban al niño en dicho lugar bien visible para que cesara el fuego. Un capitán de los Manrique, llamado Sandoval, se puso de acuerdo con tres  escuderos de Montoya para que, a cambio de 50 doblas para cada uno, les facilitaran la entrada al castillo. Por la noche, Sandoval y cuatro de sus hombres, penetraron en el castillo esperando la gloria, pero se encontraron con una celada. Todos murieron excepto Sandoval, el cual tras recibir una cuchillada en un hombro y una pedrada que le partió todos los dientes, sanó en prisión. Tras dar su palabra al alcaide de no volver a combatir, Montoya lo dejó libre. El sitio duró casi diez meses, hasta que el alcaide, Alfonso Montoya, quién no esperaba ser socorrido por su señor, el marqués de Villena, muy desilusionado, rindió la fortaleza a cambio de 250.000 maravedíes y la libertad para los suyos, en 1475. Las tropas de Manrique tomaron la fortaleza y fue nombrado alcaide Gonzalo de la Sota. 

 

 

 

Una de las torres cubiertas con hiedra, la única que conserva restos del antemuro.

 

 

 

A los pies de la muralla se sitúa el cementerio moderno, cuya tapia se aprecia con una puerta metálica.

Cuando se tomó el castillo, los graves conflictos sucesorios entre los Reyes Católicos y Juana la Beltraneja ya habían comenzado. Ladinamente, don Pedro Manrique, partidario de los Reyes Católicos, presentó la conquista de Riópar como una muestra de gran fidelidad a la corona, ocultando que fue una bandería personal en contra del marqués de Villena, partidario de la Beltraneja. En 1477, los Reyes Católicos le cedieron las villas de Riópar y Cotillas por dos vidas, restituyéndolos a Alcaraz a la muerte del hijo de don Pedro, siempre y cuando Alcaraz pagara a los Manrique los gastos de los doce millones de maravedíes que, según don Pedro, invirtió en la conquista. Así, en 1536, al morir el tercer Conde de Paredes, Alcaraz reclamó Riópar y el emperador Carlos I se la concedió, siempre que pagara los gastos de la conquista, con lo que se inició un pleito sobre la cuantía de los gastos, que Alcaraz se negó a pagar, por lo que siguió sin conseguir Riópar hasta la extinción de los señoríos en el siglo XIX. En 1746, el Conde de Paredes vendió su señorío de las cinco villas al conde de las Navas de Amores, advenedizo a la nobleza, con el cual los vecinos tendrían muchos problemas, llegando a cuestionar sus derechos, debido a los abusos en pastos y alcabalas del señor. El conde de Navas de Amores disfrutará de su derechos hasta 1811, fecha en que las Cortes de Cádiz decidieron incorporar Riópar a la Corona. Actualmente es propiedad del ayuntamiento.

 

 

Basamentos de una posible torre en el punto más alto del castillo. Al fondo se aprecia la pared de la torre del Homenaje.

 

 

 

El castillo visto desde el extremo del recinto. Se aprecia su disposición con respecto a la iglesia y al pueblo.

 

 

 

La peña del castillo desde el Oeste.