Vista general del castillo desde su extremo Este. Detrás se abre el valle de la Valldigna.
En lo alto de un monte aislado, a 240 m. de altura, con laderas de fuerte pendiente, entre los barrancos del Castell y del Raboser. Es una de las últimas estribaciones septentrionales de la sierra del Montdúver. Su estratégica situación domina el paisaje de la Valldigna y sus evocadoras ruinas han sido objeto de algunas leyendas, como la de la reina Mora, la cual se precipitó al vacío desde sus altos muros, por amor. Se accede a él desde la c/ del Castell, continuando por un camino asfaltado que muere a sus pies. Hay que continuar por una senda habilitada por el Centre Excursionista de Tavernes, de duro y zigzagueante trazado. También es conocido como Castillo de Marinyén o de la Reina Mora.
Muy mal estado. Lamentablemente, sus restos son cada vez más escasos, y los que quedan aparecen con grietas y en precario equilibrio.
Puerta de acceso al recinto superior, alcazarejo o celoquia, visto por delante y por detrás. Su arco de medio punto se conserva estupendamente. Posiblemente diera paso a una torre.
Castillo roquero de planta irregular, adaptada al espacio disponible en lo alto del monte y cuyos muros se disponen entre las rocas aprovechando todo el sitio disponible. Tiene forma bastante alargada, orientada de Noroeste a Sureste. Cuenta con tres recintos muy claros, a pesar de que en todas partes se habla de dos recintos. El recinto inferior o albácar, el recinto intermedio o castillo propiamente dicho y el alcazarejo o celoquia en la parte más alta. Su denominación viene del antiguo topónimo árabe que en tiempos de la reconquista era Alfandech de Marinyén. El conjunto fortificado asombra por las dimensiones de la obra construida, con abundantes vestigios cristianos y musulmanes. En su época era considerado inexpugnable. Tiene unas dimensiones totales de 176 m. de largo por 67 m. de ancho en su punto más amplio, ocupando una superficie de 9.460 m2.
El recinto superior (celoquia o alcazarejo) es el más pequeño, se sitúa en la parte más alta de la peña, con cortados rocosos en sus flancos Este, Norte y Sur. Es, por tanto, accesible solo por el Oeste, sin embargo la estrecha roca del extremo Este se transformó, cortándola y construyendo una escalera que da acceso a una puerta con arco de medio punto. Excepto tres escalones y el arco, todo lo demás se ha perdido y, seguramente, el arco y parte de la torre que todavía se mantiene en pie no tardaran en caer. Queda casi todo el lienzo Sur, prolongándose por encima de las rocas, aunque ha perdido muchísima altura. De su interior, tan solo es visible un gran aljibe, que todavía almacena agua, y la base de una torre cuadrada, todo ello de tapial. Este recinto mide 75 m. de largo y 20 m. de ancho, con una superficie de 910 m2.
Aljibe del recinto superior. Se conservan los arranques de la bóveda y parte del enlucido de yeso o almagre que impermeabiliza su interior.
Muro Sur del recinto superior, construído en tapial de mampostería.
El segundo recinto, junto con el superior, forma lo que se puede considerar el castillo propiamente dicho. Ocupan toda la gran roca del monte y su fortaleza debió ser imponente. Conserva numerosos restos, quizá los mejores del conjunto, la mayoría de ellos de época cristiana, pues es en este recinto donde mejor se aprecian las obras llevadas a cabo por los monjes en tiempos del gótico, aunque denotando un cierto arcaísmo, tan frecuente en la arquitectura militar, como el arco de medio punto. De estas reformas quedan numerosos vestigios: potentes torres y gruesos muros de mampostería, arcos góticos de buenos sillares, un aljibe y sobre todo una capilla gótica en la parte meridional, construida entre los siglos XIV y XV, y cubierta con bóveda de crucería. Su único posible acceso era y es por el extremo Este, protegido por sólidas y enormes torres, ahora desaparecidas o muy arruinadas. El resto de su perímetro discurre al borde de los escarpes rocosos, totalmente inaccesibles. Este recinto mide 133 m. de largo por 30 m. de ancho, cubriendo una superficie de 2.930 m2.
Vista, desde el Oeste, de los dos recintos superiores. La mayor parte de sus muros se encuentran en precario equilibrio. En cualquier momento pueden venirse abajo.
Lienzo Sur del recinto intermedio, prolongándose por encima de las rocas verticales.
Lo que queda de la capilla gótica. A la derecha su puerta de entrada.
Muro Norte de la capilla, con sillares perfectos.
Conjunto de muros y defensas del sector Este.
Pared Norte del segundo recinto. Se aprecian la diversidad de vanos, los mechinales, los arranques de los arcos y bóvedas y la variedad de su fábrica.
Paupérrimo resto de la torre del extremo Noroeste.
Aljibe Este, ubicado junto a la capilla.
Pared de una dependencia situada en el extremo Suroeste del segundo recinto.
Una de las saeteras del muro Norte.
El recinto inferior es el albácar. Servía para encerrar la puebla y en caso dado, proteger rebaños y gentes del valle. Es el recinto de mayores dimensiones (5.600 m2) y está situado al nivel más bajo, en la ladera de la montaña. Queda casi toda la muralla perimetral, lineal, sin torres. Parece que las únicas torres que tenía defendían la puerta principal, situada en el extremo Oeste. Todavía se mantiene su arco rebajado. Se aprecian en diversas partes de este recinto, muros y paredes de las antiguas viviendas de sus habitantes.
Arco de entrada al recinto inferior o albácar. Estuvo defendido por dos torres, ahora desaparecidas.
Vista Oeste del castillo. En la parte inferior, al pie de la roca se aprecian las paredes de las casas de la puebla.
Muros y paredes de las casas de la puebla.
Bajo las ruinas medievales hay restos de un poblado de la Edad del Bronce. También entre sus ruinas se encontraron algunas monedas romanas y un tesorillo formado por monedas de Jaime I. Debió ser construído entre los siglos XI y XII, por los musulmanes. En tiempos del Cid es nombrado como “Castrum sarracenum in monte magno”. En 1238 Jaime I lo concedió a su tío Nuño Sanz. Muerto éste cuatro años después, la fortaleza quedó dentro de la jurisdicción real. Pedro I lo donó en 1279 a la exemperatriz de los griegos Constanza. En 1297 lo recuperó Jaime II para otorgarlo a la Orden del Císter que fundó un monasterio en el valle (Santa María de la Valldigna). En las guerras de la Unión los moriscos se unieron a los castellanos, en contra del rey Pedro IV y de los monjes del monasterio, que tuvieron que huir y refugiarse en el castillo. Al triunfar dicho monarca, condenó a muerte a los sublevados; pero como eran tan numerosos, el monasterio solicitó del rey un indulto y acabaron siendo vendidos como esclavos del abad. Los frailes acondicionaron y reformaron el castillo para refugio de ellos mismos y de las familias del valle. A partir de entonces el uso de la fortaleza entró en declive aunque siguió cumpliendo funciones de defensa y refugio durante los siglos siguientes, hasta que tras la expulsión de los moriscos en 1609 perdió su importancia estratégica y entró en un rápido proceso de abandono y ruina, acrecentada por lo remoto de su emplazamiento y la utilización de sus materiales para la construcción de edificios agrícolas.
En esta imagen se ven, escalonados, muros de los tres recintos.
Única saetera encontrada en el muro del tercer recinto.