Castellar de Meca

Camino de acceso excavado en la roca.

Sobre un espolón rocoso que se destaca en las estribaciones septentrionales de la Sierra del Mugrón, al Suroeste de la población y a unos 15 km de ella en línea recta. Para llegar hasta él, hay que atravesar una finca privada en la que su dueño suele poner pegas para su acceso, excepto los domingos por la mañana, pero nosotros no tuvimos problemas para acceder. Ahora bien, hay que dejar el vehículo en la carretera y darse la gran caminata.

Muy mal estado. Totalmente abandonado. Excepto lo que está excavado en la roca, nada más se aprecia. Es curioso que se utilice constantemente el poblado ibérico para promocionar el turismo, y luego esté totalmente descuidado.

Extraordinarias muestras de la excavación en roca viva, características de esta civilización, que aparece por doquier en el recinto del poblado.

Se encuentra a una altura de 1.058 m y en su parte alta forma una meseta de 800 x 350 m. limitada por escarpes cortados a pico en casi todo su contorno, ocupando una gran superficie de 15 Ha. Tan sólo al Sureste existe un estrecho collado que permite su acceso. En la meseta existen los restos de una gran ciudad ibérica perfectamente defendida y cuya dificultad de acceso fue aumentada mediante fuertes murallas. Dentro del recinto se ven unos grandes aljibes excavados en la roca (más de 100, aunque algunos debieron ser utilizados como silos), alguno de más de 25 m. de largo por 5 de ancho, llamado el Trinquete, con una capacidad de 2.000 m3, y unos canalillos, también abiertos en la roca, que conducían el agua desde las calles hacia los aljibes. Para el acceso al poblado se trazó en la vertiente septentrional un camino que se conserva casi en su totalidad, el Camino Hondo, y cuya última parte, al entrar en el poblado, está formada por un impresionante corredor excavado en la roca en el que se observan las huellas dejadas por los carros durante cientos de años. Tiene una pendiente del 30% y constituye una asombrosa obra de ingeniería prerromana sin parangón en España. En el interior también se observan muchas paredes de edificios, realizadas en sillarejo y el trazado de las calles, de forma reticular. Existen paredes con hornacinas y algunas cosas que parecen pesebres.

Tan imponentes ruinas no podían pasar inadvertidas para los historiadores antiguos, y ya en 1611, Gaspar Escolano dio la primera descripción de ellas de que se tiene noticia. Han sido estudiadas por los arqueólogos Zuazo Palacios, Pierre Paris y Adolfo Schuiten, entre otros. Desde tiempo inmemorial se han recogido cerámicas y materiales diversos. Su cantidad y variedad es realmente impresionante, todos ellos de época ibérica y romana. La vida de este poblado debió ser muy larga, pues se le cree poblado desde el siglo IV a.C. hasta el XIII-XIV de nuestra era. En la ladera Norte está la Cueva del Rey Moro comunicada con el poblado por un estrecho camino que bordea el precipicio, pero se desconoce su relación con él. Algo más debajo de esta ladera brota una fuente que debió servir para su abastecimiento.

 

Debió de contar con murallas formidables, como se deduce de los escasos restos conservados, la mayor parte de ellos en su extremo Noreste, en torno al camino de ascenso. Aquí se encuentra este lienzo con enormes sillares ciclópeos, colosales.

 

 

 

En esta imagen aparece un muro de pequeña mampostería asentada sobre la roca desnuda, muy cercana a la anterior.