Se localiza en un escenario natural de gran belleza como es el Parque Natural de la Sierra de la Albera, sobre un monte de 514 m. de altura que le concede un amplísimo dominio visual que llega incluso hasta el mar. Está a gran distancia de La Junquera, a unos 15 km, en el interior de una gran finca de más de dos mil hectáreas, que linda con Francia. Para llegar hasta el castillo hay que comenzar en la pequeña población de Cantallops, desde el que nace una pista forestal señalizada que nos lleva hasta él. Las visitas están reguladas.
Podemos decir que su estado general es de abandono (abril de 2023). A pesar de su lujosa restauración a finales del siglo XIX ahora campa por sus salas la decrepitud. Desconchados, humedades, enseres abandonados, caída de cascotes, carpintería en pésimo estado, un incendio destruyó la viguería del salón principal. Encoge el corazón ver un edificio de tal magnitud en ese estado.

Flanco meridional del castillo.

Puerta principal, situada al Sureste.

Torre redonda.

Impresionante castillo montano con planta irregular y tres recintos un tanto difíciles de distinguir. Impresionante. Uno de los grandes castillos desconocidos de España. Presenta una longitud aproximada de Norte a Sur de 105 m, y de Este a Oeste, de 55, encerrando sus muros una superficie de 5.150 m2. Lo que podemos ver hoy día es el resultado de una gran reforma y ampliación que se llevó a cabo a finales del siglo XIX. Del castillo original queda más bien poco, limitándose casi exclusivamente al recinto principal o superior, origen del castillo medieval. No obstante, hay que señalar que dicha restauración usó los mismos materiales y empleó el mismo estilo, por lo que es prácticamente imposible distinguir los muros medievales de los modernos. Como acertadamente han indicado otros autores, su interior tiene un trazado laberíntico, con innumerables pasillos, habitaciones, terrazas y salones de diversa índole, torres redondas y cuadradas, portales y almenas por doquier. Los tres recintos pueden distinguirse por su altura escalonada sobre las rocas.
El recinto noble o superior fue el primer castillo medieval. Cubre una superficie aproximada de 960 m2. Se penetra en él a través de una torre puerta. Alrededor de un pequeño patio se abren las estancias nobles, y al Sur, rodeando la torre atalaya, máxima altura del castillo, un gran salón con una chimenea de piedra y grandes ventanales con postigos característicos. Este salón se cubre con una viguería de madera muy afectada por un incendio provocado por una fiesta ilegal cuando los actos de vandalismo eran frecuentes en el castillo. El pavimento de estas salas está decorado con la roca heráldica de los Rocabertí, que se conserva en parte.


Recinto superior. Alrededor del patio se encuentran las estancias nobles.
Torre puerta.


La torre atalaya sobresale por encima del tejado del salón principal.

Torre Vieja, desde el exterior del recinto y desde el interior.


Torre atalaya.

Muros occidentales, pertenecientes al recinto superior.
Desde la torre atalaya se aprecia la gran magnitud de su dominio visual.


Puerta de entrada al recinto superior.

El castillo se alza en medio de una gran masa forestal. A su izquierda, al fondo, podemos ver los edificios de los caseros de la finca y del santuario de Santa María de Requeséns.
El segundo recinto, de reducidas dimensiones, destaca por su espectacular puerta y los muros exteriores, amatacanados y repletos de aspilleras.


Muros del segundo recinto.

Escalonados, los dos recintos.

En el amplio recinto inferior destaca la ermita, dedicada a la Virgen de la Providencia (pero antiguamente, a San Romano o Román), en la que se reaprovecharon elementos románicos de otros edificios de la zona (los arcos de la portada de Santa María de Requeséns) y de procedencia francesa (el tímpano y los relieves sobre la puerta). La portada presenta tres arcadas, tímpano con representación en relieve de la Virgen con el niño y dos ángeles flanqueándolos, y dintel decorado con cruz griega inscrita dentro de un círculo y cuatro puntos en cada cuadrante. La ornamentación se completa con incisiones en forma de zigzag en el primer arco, en la moldura de la línea de imposta y con motivos circulares esculpidos en la base del dintel. El interior de la capilla es de una sola nave, con capillas laterales y con una puerta que da a las dependencias internas del castillo. La bóveda es de cañón, más baja que el resto de la nave. En el ábside se abren dos puertas. El aparejo es de sillares de piedra granítica.
También hay algunos edificios de servicio, entre los cuales unas cocinas, las caballerizas o cuadras y lo que durante la última posguerra sirvió de hospital militar. Y una bella alberca que almacena el agua de un manantial cercano. Destacan los motivos decorativos de las forjas: por lo general, dragón alado o no, con lengua formando dibujos, también formas vegetales. Imitan motivos de rejas medievales de la catedral de Barcelona. Tanto el gran patio del primer recinto como el entorno del castillo se ajardinaron con especies vegetales autóctonas y foráneas pensadas para resaltar el conjunto que, en principio se aclimataron, pero que ahora prácticamente han desaparecido.

Portada de la ermita y su interior, de magnífica sillería.

Es citado en el memorial de agravios dirigido por el conde Ponce I de Ampurias a su primo, el conde Gausfredo II, y al hijo de este, Guislaberto II (hacia 1040-1071), en el que el primero protestaba por la seguramente reciente construcción de este castillo («castrum de recoser») por parte de los últimos en un alodio que tenían confiado en tierras del condado de Ampurias. La construcción de este primer castillo documentado en Requeséns se inscribe en las disputas entre los dos condados a raíz de su separación a finales del siglo X. Los condes de Rosellón mantuvieron el dominio, dentro del condado de Ampurias, hasta su extinción. El señorío de Requeséns (dominicaturam de Rechesen) les fue reconocido en el convenio entre los condes respectivos del año 1075 y su dominio sobre el castillo (castrum Rechosindo) vuelve a ser citado en la renovación de aquella en 1085 y en otro convenio del año 1121. Los condes roselloneses o los personajes a los que la infeudaron tenían un alcaide, que durante la primera mitad del siglo XII era un miembro de la misma familia condal, indicador claro del interés que tenían. Todos estos personajes debían fidelidad al conde de Ampurias y también al vizconde de Perelada, dentro de los territorios de los cuales se encontraba Requeséns. Durante el siglo XII, los enfrentamientos entre todos ellos, a raíz de la alianza entre los Rocabertí, vizcondes de Perelada, y los condes de Rosellón, hizo del castillo de Requeséns un claro factor de conflicto. Uno de estos enfrentamientos, conocido precisamente como «guerra de Requeséns» (1047-1072), se inició con la toma del castillo por parte del conde Ponce II de Ampurias. Este vio, intranquilo, como sus dominios quedaban aislados y rodeados por tierras de un solo señor, el conde de Barcelona, que se apoderó también del condado en 1172. Para pacificar la zona, el nuevo señor del Rosellón, el rey Alfonso II, renunció entonces a los derechos que le correspondían sobre Requeséns a favor del conde de Ampurias, que obtuvo así el dominio pleno. Del castillo protagonista de estos hechos quedan muy pocos restos, situados en la zona del recinto superior, que en el siglo XIII se conocía como fortaleza mayor o de arriba.

Flanco occidental.

Exterior e interior de las cuadras.


Alberca.
A finales del siglo XII y durante el siglo XIII aparecen documentados diferentes individuos apellidados Requeséns, que fueron, aparentemente, alcaides o señores del castillo, nombrados por el conde de Ampurias. Así, un Arnau de Requeséns está documentado en 1181 y un Guillermo de Requeséns también consta como señor del castillo. Dicho Guillermo de Requeséns adquirió, por matrimonio, la torre de Cabrera en la ciudad de Gerona, llamada castillo de Cabrera y después de Requeséns, que se tenía en feudo de los Moncada. La herencia de Guillermo pasaría a Botonac y más tarde (principios del siglo XIV) a Castellnou, nobles roselloneses que a veces se apellidan también Requeséns. En 1285 fue asediado por un ejército francés sin conseguir tomarlo. Pero en 1288 fue fugazmente ocupado y saqueado por otro ejército francés al servicio de Jaime II de Mallorca, que invadió el Ampurdán. Pedro I de Ampurias (1325-1341) adquirió a los Castellnou la señoría del castillo de Requeséns, completando así el dominio condal. Se mantuvo bajo dominio de los condes de Ampurias hasta la reversión del condado a la corona en 1402, al ser declarado nulo el testamento del último conde, Pedro II de Ampurias, a favor de su esposa Juana de Rocabertí. Sin embargo, este testamento fue invocado con éxito por el vizconde Dalmau VIII de Rocabertí para obtener de los nuevos reyes Trastámara algunos bienes en el territorio del antiguo condado de Ampurias, entre ellos el castillo de Requeséns (1418), por donación de Alfonso el Magnánimo. Los vizcondes de Rocabertí mantuvieron la posesión hasta finales del siglo XIX.


Exterior e interior de la torre Suroeste.

Entre 1893 y 1899 fue totalmente reconstruido por sus propietarios, los últimos condes de Perelada residentes en el territorio, Tomás de Rocabertí-Boixadors Dameto y de Verí y su hermana Juana-Adelaida, con la intención de convertirlo en residencia de verano y de acuerdo con los criterios neomedievales entonces en boga, tal como habían hecho también en el castillo de Perelada. Las obras fueron dirigidas por el arquitecto Alexandre Comalat, que reconstruyó los aún vistosos restos del edificio medieval con el mismo trazado y la misma piedra de granito de la montaña con la que había sido construido, por lo que actualmente es muy difícil distinguir la parte original de la reconstruida. Del edificio medieval parece que persisten poco más que unos muros del recinto superior, la torre cuadrada del Norte y una parte de la puerta del recinto superior, fechados en los siglos XII-XIV. Se conservan fotografías excepcionales de antes y durante del proceso de reconstrucción, algunas de las cuales efectuadas por el propio conde Tomás de Rocabertí, uno de los primeros fotógrafos aficionados de la comarca. La iniciativa de Tomás de Rocabertí tuvo una gran resonancia y fue celebrada por numerosos visitantes. Pero los condes no pudieron disfrutar de su nueva residencia. Tomás murió en enero de 1898 y Juana-Adelaida, que le sucedió, en 1899, en el mismo castillo, justo después de la gran fiesta de inauguración del día de San Juan de aquel año. Juana-Adelaida murió repentinamente en circunstancias nunca aclaradas y sin herederos directos.

Después de un ruidoso pleito, los títulos de nobleza, de acuerdo con el derecho nobiliario, fueron heredados por sus sobrinos carnales (los Sureda, marqueses de Vivot, en 1912 sucedidos por los Fortuny y en 1973 por los Montaner), y el patrimonio por Fernando Truyols Despuig, marqués de la Torre, sobrino de su marido, todos ellos mallorquines. El 1923 el castillo y toda la inmensa propiedad anexa (más de 2.000 Ha) fueron adquiridos por los hermanos Pedro y Juan Rosellón, industriales mallorquines que explotaron intensivamente el bosque de la zona. Pocos años después (1927) lo volverían a vender, ahora a Joaquín de Arteaga, duque del Infantado y empresario, que lo conservó y residió en el castillo esporádicamente, pero que despidió a todos los habitantes, colonos y otras personas relacionadas con la finca. En 1936, al inicio de la Guerra Civil española, fue brutalmente saqueado por activistas de la CNT-FAI. Tras la guerra, en 1942, el duque vendió toda la propiedad y el castillo a la compañía Borés SA, firma interesada únicamente en la explotación del bosque. El castillo lo ocupó un destacamento militar durante todos estos años con el objetivo de controlar la actividad de los maquis. Los militares modificaron algunas dependencias (se instalaron cocinas y un hospital militar) y dañaron los interiores y algunas almenas. En 1955 fue vendido a sus actuales propietarios, los socios Miguel Esteba Caireta (industrial natural de Anglés y segundo alcalde democrático de Figueras) y José Pijoan. Salvador Dalí intentó infructuosamente adquirirlo.
Desgraciadamente, ni los recursos de sus actuales propietarios ni el interés de las instituciones están a la altura de su importancia.

El castillo y su entorno han sido fuente de inspiración en diferentes campos, desde la literatura hasta el comercio, pasando por la fotografía, la música y el cine. Las fotografías que el propio conde Tomás de Rocabertí realizó en 1886 se cuentan entre las primeras efectuadas en el Alto Ampurdán y, con las que conservó Comalat, son el único testimonio del estado del edificio antes de su reconstrucción.
Y por supuesto, también cuenta con algunas leyendas: En cierta ocasión en que el castillo sufría un furioso asedio de sus enemigos, que esperaban rendir por hambre, los defensores ofrecieron al adversario un suculento banquete con pescados frescos, de un río subterráneo que corre bajo los Pirineos y desemboca en el cabo de Creus, completamente ignorado por los acosadores que, completamente desalentados, levantaron el asedio.
También se dice que un pasillo subterráneo de grandes dimensiones comunica el castillo con la vertiente Norte de la sierra de la Albera, cuya entrada sería todavía visible en los bajos de la fortaleza, aunque el conducto habría quedado obstruido.
