Sobre un espectacular peñón rocoso, estrecho y encumbrado, con forma de meseta, de 1.248 m de altura, elevándose por encima de la amplia paramera en decenas de kilómetros a la redonda. Desde el castillo se divisa un amplísimo panorama que comprende hasta el valle del Henares, con Hita al fondo e, incluso se divisan las Tetas de Viana y su entorno. Su aspecto es impresionante, sorprendiendo al más escéptico, formando un bello conjunto defensivo con las murallas urbanas de la ciudad. Su acceso es sencillo desde el pueblo.
Muy mal estado. Su único resto apreciable es la gran torre del Homenaje. Lo demás podría pasar inadvertido sino fuera por la espectacularidad del cerro rocoso. Antiguamente la muralla del castillo ocupaba todo el borde rocoso, pero hoy en día apenas si quedan unos pocos restos como únicos testimonios de lo que fue.

El recinto superior visto desde el albácar. Se observa su única puerta, al Norte y los escalones naturales de roca utilizados por el hombre para ubicar las defensas.


Torre del Homenaje al borde del tajo rocoso, desde el Sur. Se puede ver los restos de un lienzo del recinto inferior
Castillo roquero con planta irregular adaptada al espacio disponible en la cima de la meseta rocosa, lo que le confiere un aspecto de navío, alzándose sobre la roca 200 metros por encima del pueblo. Sus laderas han sido cortadas de modo artificial para hacer imposible la escalada. Cuenta con una longitud de 260 m con una anchura máxima de 145, encerrando una superficie de 1’57 Ha. Cuenta con tres recintos claros.
El primer recinto o recinto superior, de planta irregular, como el resto, presenta sus muros al borde del precipicio, está orientado de Norte a Sur. Su longitud ronda los 150 metros con una anchura máxima de 35, presentando un área aproximada de 3.800 m2. Contaba con dos grandes torres cuadrangulares en sus extremos opuestos, pero la Norte desapareció siendo sustituida por un lienzo recientemente reconstruído formando dos pequeñas torretas para defensa de su única entrada, también reconstruida. Tras atravesar la entrada se encontraban los almacenes y las estancias para la tropa, pero de todo esto ya nada queda. En todo el recinto solo se pueden observar los dos estupendos aljibes excavados en la misma roca, de planta rectangular (20 x 5 m), uno de los cuales mantiene todavía parte de la bóveda. El muro perimetral, prácticamente arrasado, solo se conserva a nivel del suelo, por lo que es bastante peligroso acercarse al borde rocoso sin parapetos ni barandillas.
En el extremo Sur aparece la torre del Homenaje, de planta rectangular (14 x 9 m) y sin nada especial que destacar, a no ser su impresionante posición, desafiando el vértigo, al borde del tajo rocoso, en un alarde constructivo. Esta torre, que también está reconstruida, presenta dos pisos cubiertos con bóvedas de cañón, con una estrecha escalerilla para subir a la terraza donde se dispuso una garita angular en el siglo XV. Toda la obra del castillo es de sillarejo a base de cal y canto y, en algunos lados, fuerte argamasa de piedra menuda.



Fotografías de la única puerta de acceso al recinto superior. Todo este conjunto ha sido reconstruido como atestigua el color claro de los sillarejos, en contraste de los originales de color gris.


Aljibes.


Explanada del recinto superior. Tan solo han quedado los aljibes.


Los muros se adaptan a los requiebros de las rocas en los dos recintos.




Frente Suroeste de la torre.


Bóveda de la planta baja de la torre.
Primera planta.


Azotea y garitón volado.


El segundo recinto o recinto inferior, circunda al anterior unos cuantos metros por debajo, aprovechando un escalón natural en la roca. Es pues, algo más grande. Contaba con tres puertas, todas desaparecidas, la principal con puente levadizo y defendida por torreones. Este recinto formaba la denominada “ronda del castillo”, estrecho pasillo que, en caso de ataque e invasión, hacía que quedara la tropa entre la roca y el muro, pudiendo ser batida fácilmente desde arriba. Quedan muy escasos restos de este recinto.
Por último, el tercer recinto o albácar, se encuentra junto a la puerta Norte, muy arruinado también, pues no queda nada de su interior ni de la única puerta que tuvo. Tan solo su muro exterior, con los restos de un torreón en el extremo Oeste.
Albácar, diáfano. Al fondo el Cerro Padrastro.


Muros deteriorados del albácar.


Atienza, la antigua Thytia celtíbera, es nombrada por los cronistas latinos como uno de los puntos de más ardua resistencia de los celtíberos al ataque de los invasores romanos. Solamente cuando cayeron Numancia y Termancia, pudieron los césares romanos decir que la vieja Atienza había sido hecha suya. Aquí pusieron los romanos su atalaya, y luego los árabes hicieron de Atienza uno de sus más fuertes enclaves de resistencia contra los vecinos cristianos en la Reconquista. En torno a este castillo musulmán, con el que Rodrigo Díaz de Vivar no quiso entablar combate al considerarlo como una “peña mui fuert”, surgieron las batallas a lo largo de toda la Edad Media.
Entre los años 870-874 fue reconquistada por Alfonso III el Magno, pasando otra vez a los moros poco después. La conquista definitiva de Atienza y su castillo tuvo lugar en 1085, cuando Alfonso VI tomó Toledo, rindiéndose al mismo tiempo los enclaves más significativos del reino. En 1149 Alfonso VII concedió un gran territorio comunal a Atienza. El castillo fue arrasado por las tropas francesas durante la guerra de la Independencia para evitar que fuera utilizado por el Empecinado. También sufrió incidentes en la Guerra Civil (1936-39).
En la actualidad es de propiedad municipal y por su mal estado está sin uso.



