Castillo de Arcos de la Frontera

Arcos de la Frontera se sitúa en un espectacular emplazamiento en un meandro del río Guadalete, sobre su estrecho y elevado istmo. En su parte más elevada, a 219 m. de altura se alza el castillo, en pleno casco urbano. Su flanco Suroeste cae a pico en el profundo tajo que forma el río. Se accede a él desde la Puerta del Cabildo, por un pasadizo que atraviesa al edificio del ayuntamiento. El castillo es de propiedad privada y no se visita.

Se encuentra en bastante buen estado, después de ser restaurado durante décadas por la familia propietaria quienes lo compraron en plena ruína cuando se enteraron de que existía un proyecto para su completa demolición.

Imagen tomada desde el Suroeste. Son muy llamativas sus almenas piramidales.

Puerta actual, con los escudos del duque de Arcos.

Torre del Homenaje.

Frente Sureste. Por encima del blanco edificio del ayuntamiento, adosado al castillo, asoman las almenas y sus dos torres, la del Secreto y la del Homenaje.

Castillo montano de planta rectangular irregular, aunque es mejor decir trapezoidal. Tuvo cuatro torres situadas en sus cuatro esquinas pero dos de ellas se derrumbaron durante el terremoto de Lisboa, quedando tan solo las dos del flanco Sureste, la torre del Secreto y la torre del Homenaje, de mayores dimensiones. Esta torre del Homenaje fue levantada por don Rodrigo Ponce de León, primer marqués de Cádiz, en el siglo XV. Cuenta con una longitud de 85 m y una anchura de 50, cubriendo un área de 3.600 m2 aproximadamente. Toda la estructura se distribuye alrededor de un gran patio ajardinado en la actualidad, que conserva un aljibe de grandes dimensiones en su subsuelo. Posee, además, otros pequeños patios y más aljibes. Su entrada principal estuvo en su origen en el lado Oeste, con una puerta con arco de herradura. Según se dice esta puerta está tapiada en la actualidad, pero no lo sabemos puesto que no es visible desde el exterior. Actualmente, su puerta está en el lado opuesto, tapada por el edificio del ayuntamiento y a la que solo se puede llegar por el túnel que formó el oratorio del ayuntamiento. Debido a sus muchas reparaciones a lo largo de la historia presenta una variada fábrica que comprende el tapial, mampostería de cal y canto, ladrillo y sillares. En algunos puntos aparece un muro que pudiera tener la función de antemural o barrera, especialmente al Norte y al Oeste. También contó con foso. Destacan entre todo el conjunto urbano sus características y llamativas almenas piramidales. Sus dependencias interiores, tanto las nobles como las plebeyas, parece que se encuentran en muy buen estado, según cuentan los que han tenido la suerte de poder visitarlo. No en balde continúa siendo habitado por sus propietarios. A pesar de su gran altura, el hecho de que tenga viviendas adosadas en todos sus frentes y sumando la estrechez de las calles, hacen muy complicado su visionado al completo, excepto desde el Sur.

 

 

 

Imagen tomada desde el campanario de la iglesia. Imagen extraída de la web: “aetcadiz.com”.

 

 

 

Frente Noroeste.

 

 

 

Calle Nueva. Fue abierta en el mismo lugar que estuvo el foso, tras derrumbarse todo este sector a causa del terremoto de Lisboa de 1755.

En origen fue el alcázar de unos reyezuelos taifas, levantado en el siglo XI, aunque no se descarta que ya existiera una fortificación romana en este lugar, puesto que los hallazgos romanos han sido frecuentes en su recinto. Desempeñó un importante papel como defensa avanzada de Jerez, en los tiempos de predominio musulmán en la zona. Este reino taifa duró poco tiempo, siendo sometido muy pronto por Al-Mutamid, de Sevilla. En el siglo XIII fue ocupado y perdido por los castellanos, conquistándolo de nuevo Alfonso X el Sabio, en el año 1264, y convirtiéndose en la auténtica llave de la frontera por lo que sus defensas y su abastecimiento recibieron una especial atención. Muestra de ese importante papel fronterizo es que el Concejo de Arcos recibió del rey Alfonso XI, en 1333, el permiso de arrendar libremente los pastos de su término para hacer frente, con los ingresos, a los elevados gastos que ocasionaban las murallas de la población. En 1379 todavía no deberían estar terminadas las murallas porque el Concejo de Sevilla concedió nuevas rentas a Arcos para la reparación de sus murallas, torres, alcázar y castillos de su término. En 1440 pasó a poder de los Ponce de León, cuyo principal representante será el primer marqués de Cádiz, don Rodrigo, señor también de Jerez, el cual someterá al alcázar a fuertes reformas, dándole una función más palaciega y levantando la torre del Homenaje. Y con ese aspecto es como ha llegado hasta nuestros días.

El terremoto de Lisboa de 1755 le afectó gravemente. Una de las paredes del castillo quedó totalmente derruida, cubriendo por completo al caer, el foso que rodeaba al castillo y dando origen a lo que hoy se conoce como la Calle Nueva de Arcos. Se perdieron también dos de sus torres. En la Guerra de la Independencia (1810-1812) fue utilizado por las tropas napoleónicas, que lo convirtieron en cuartel para sus numerosos soldados con las consiguientes adaptaciones para su habitabilidad y para su defensa con fuego fusilero.  Tras la guerra y en mal estado, quedó abandonado. A principios del siglo XX debía ser ya una ruina completa porque se trazó un plan para derribarlo ante el peligro que representaba. Su propietario, el arruinado duque de Osuna subastó el edificio, siendo adquirido por la inglesa Violeta Buck. Esta antecesora se dedicó desde su compra en cuerpo y alma a la recuperación completa del castillo. Algo que han seguido con gran dedicación sus descendientes y actuales propietarios, la familia Mora-Figueroa, marqueses de Tamarón.

 

 

Entre la niebla podemos ver el castillo desde el Norte, por encima del caserío.

 

 

 

Imagen meridional.

 

 

Extremo Noroeste.