Flanco occidental del castillo. Se aprecia la variedad de su fábrica, con elementos de muy diferente época.
Sobre el monte en que se asienta el pueblo, a 350 m. de altura, dominando el caserío. Se puede acceder desde varias calles sin problemática alguna.
Buen estado, aunque restaurado en época moderna sin demasiado criterio histórico.
Entrada al castillo. Tan sólo queda la base de las jambas.
Aquí se aprecia el espesor del muro que protege la entrada con respecto a la carpeta. Se ha construído levantando dos muros paralelos y rellenando el interior con piedras trabadas con mortero de cal.
La conjunción entre los muros y las rocas de rodeno es evidente.
Castillo roquero de planta irregular, más o menos triangular, adaptado al espacio disponible entre las rojizas rocas de rodeno. Tiene una longitud de 65 m. en su eje Norte-Sur y una anchura máxima de 33 m. y ocupa una superficie de 1.300 m2. La entrada estuvo y está al Norte, prácticamente desaparecida, pues tan solo quedan algunos sillares de la parte inferior de las jambas. Previamente a la puerta aparece un pequeño recinto que acaba de encerrar el espacio que quedaba en la meseta superior del cerro. Viene a continuación el recinto superior, que mantiene también sus murallas casi completas y en el que se aprecian diversas dependencias de carácter señorial o palaciego, al otro lado de la torre del Homenaje. En el punto más elevado, sobre una gran roca, aparece la torre del Homenaje. Es una construcción cilíndrica, con balcones que estuvieron amatacanados, y que ha sido muy transformada en el XIX al llenarla de aspilleras. Ante ella se encuentra una especie de pequeño recinto rectangular con una gran cisterna, excavada en la roca, que puede ser el único vestigio de época islámica que quede. Fue muy destruído durante las guerras carlistas y la mayor parte de sus muros se reconstruyeron después. Así que cuenta con escasos elementos originales, especialmente situados en la base de los muros.
Una de las puertas que da acceso a los ruinosos edificios.
Torre del Homenaje.
Diversas imágenes de los edificios levantados en el siglo XIX.
Aljibe musulmán.
En el cerro del castillo existe una cueva con pinturas rupestres, por lo que debió estar poblado desde hace miles de años. También se encontraron aparejos romanos, lo que hace suponer que se usó como “castrum” de vigilancia. No obstante, el castillo propiamente dicho fue obra musulmana. Es con la conquista de la musulmana Beni-Hamez por el rey Jaime I de Aragón cuando Villafamés toma identidad histórica propia. Este hecho lleva a que, en 30 de agosto de 1241, Jaime I comisionó a Guillem Ramón de Viella para dar a poblar el castillo a Domingo Ballester, A. Cabrera y otros, con carta de población que se establece a fuero de Zaragoza. Esta donación será confirmada posteriormente por el propio monarca en Lérida el 21 de febrero de 1242. Posteriormente se incorporó al patrimonio de los Hospitalarios de San Juan en 1264, tras una permuta real con estos por la villa de Olocau del Rey, que serán sus dueños hasta 1317, fecha en que la villa y el castillo quedan anexionados a la recién creada Orden de Montesa. En 1343, Pedro IV el Ceremonioso, empeñó a la orden el mero y mixto imperio, con las correspondientes jurisdicciones, derechos y emolumentos que pertenecían a la corona. Juan I de Aragón, en 1393, concedió a Villafamés el privilegio por el cual el Consejo podía hacer y ordenar todo tipo de establecimientos y ordenaciones que considere convenientes con arreglo a los fueros generales del reino. Los propios vecinos compraron su jurisdicción en 1635 por 6.000 libras.
Muro interior del castillo, levantado sobre rocas y restos antiguos.
Zona Sureste del castillo, con gran variedad en la fábrica de sus muros.
En marzo de 1837 sufrió el primer intento de asalto de las tropas carlistas, por parte de Serrador. El 29 de octubre de 1838 la guarnición de la plaza rechazó una segunda intentona, que se repitió de nuevo el 3 de enero del siguiente año, esta vez con Cabrera al frente de las tropas, que desde las montañas que dominan la villa comenzaron a hostigar a la población, rompiendo fuego contra el castillo. En esta ocasión se hizo frente al asedio por parte de los vecinos además de contar con la ayuda de una columna móvil enviada por el Ayuntamiento de Castellón y un destacamento de artillería de marina, muy poco numeroso. Cinco días duraron los continuos enfrentamientos, llegando a arrinconar a los sitiados durante varios días en la torre-campanario, hasta que el día 7 la llegada de tropas reales obligó al general carlista a levantar el sitio. Con lo más selecto de sus tropas y recurriendo al auxilio de las de Forcadell, Cabrera intentó el golpe definitivo en abril del mismo año, estableciendo un campamento ante la población. El día 16 se consiguió abrir brecha en las murallas, aunque los atacantes fueron rechazados resultando infructuosos todos los esfuerzos de tomar la plaza que resultó semiderruida.