En primer término la ciudad de Orihuela. En la cúspide del cerro, los restos del castillo.
Sobre el cerro de San Miguel, promontorio en saliente de la Sierra de Orihuela, a modo de avanzadilla o espolón sobre la extensa planicie que forma la vega del Segura. La ciudad rodea toda la montaña, excepto por el Norte, donde más verticales son los escarpes. Su acceso es relativamente sencillo, por los restos del camino medieval, partiendo desde el Seminario. La vegetación es mínima en este monte pelado, por lo que se puede reconocer al completo sin problemas.
Muy mal estado. Debió ser una fortaleza impresionante por su extensión, pues ocupaba toda la montaña. Los restos mejor conservados están en su cima, pero por todas sus laderas aparecen restos diseminados. Su destrucción ha sido enorme y actualmente continúa a ritmo galopante. Parece que, por fin, existen proyectos para su recuperación, y en el año 2021 se ha restaurado un pequeño sector. Esperemos que no sea demasiado tarde.
Gran fortaleza de planta complicada, con sucesivos recintos. Nosotros, en contra de la opinión generalizada, creemos que cuenta con tres recintos claros. Formaba un todo con la ciudad islámica, la cual, en un principio, estaba situada en el Pla del Oriolet, lugar donde hoy se encuentra el Seminario. Este lugar es fácilmente batido desde la ladera septentrional que le hace de padrastro, por lo que cualquier pueblo, ciudad o fortaleza que hubiera aquí, debió defender también dicha ladera. Se dice, pero parece leyenda, que tenía siete muros y 112 torreones, con 12 puertas. Su superficie rondaría las 10 Ha.
En general, la mayoría de autores consideran que posee dos recintos a los que denominan Alcazaba y Albácar, creemos que utilizados como nombres propios, puesto que ni la alcazaba nos parece una alcazaba, ni el albácar un albácar. Olvidando el recinto que cierran las murallas de levante y de poniente, al que nosotros consideramos el auténtico albácar.
El pequeño recinto (unos 800 m2) situado en la cúspide de la montaña debió ser el último bastión defensivo, destinado a la jerarquía, tanto civil como militar y lugar donde residía el alcaide. Por ello debió contar con formidables defensas. Aunque su denominación oficial es el de Alcazaba, a nosotros nos parece una simple celoquia, como de hecho era llamada en época feudal. Se dice que tiene planta pentagonal, que la puerta estaba flanqueada por dos torres, que tiene un baluarte artillero y muchas cosas más, pero lo cierto es que, actualmente, la celoquia es un montón de escombros que hace muy difícil distinguir sus elementos. Además, tanto el lienzo Norte como el Sur caen a pico sobre la vertical de la montaña, siendo realmente peliaguda su observación. Esto conlleva que cada vez que hay desprendimientos o desplomes, caigan varios cientos de metros montaña abajo. Se distinguen muros de tapial, de mampostería y una curiosa torre de sillería, producto de las múltiples transformaciones que ha sufrido este recinto a lo largo de la historia.
Vista general de la celoquia, con su apreciable mal estado.
Flanco meridional.
Una de las dos torres que defendían la entrada, aunque en un principio el acceso estuvo en una torre-puerta. Todavía conserva algunos sillares con los que estuvo recubierta.
Bóveda del aljibe situado en la celoquia, todavía en muy buen estado.
El aljibe de la celoquia es el elemento mejor conservado del recinto. Tiene planta rectangular de 10 m de longitud, con capacidad para 75 m3 de agua. Está construído con tapial de hormigón de gran dureza, enlucido en su interior con cal hidráulica para impermeabilizarlo. Se cubre con una bóveda apuntada reforzada por un arco fajón de ladrillos en su punto central. La bóveda presenta dos huecos, muy deformados por el vandalismo, que debieron ser circulares, utilizados para extraer el agua. Se cree obra de finales del siglo IX o principios del X.
Interior del aljibe. Se aprecia su bóveda apuntada y el arco fajón que la sustenta.
En su extremo Noroeste existe la base ataludada de una torre albarrana. Presenta planta cuadrada de 7 m. de lado con fábrica de mampostería. Pudo contar con una coracha.
Además de las transformaciones y reformas llevadas a cabo por los musulmanes, los cristianos prosiguieron con ellas a lo largo de los siglos. Tras la reconquista se levantó una torre tipo borje de sillería y otra torre circular, ampliando el recinto hacia el Suroeste. Entre los siglos XIV y XV se convirtió en un recinto poligonal con una torre en cada esquina y patio de armas central. Tuvo dos torres principales, la Torre del Homenaje y la Torre de las Campanas existiendo, incluso, dibujos antiguos con su representación, pero nada de eso queda. También se conoce su guarnición que, en tiempos de Jaime II era de 50 soldados, pero a finales del siglo XVII, era tan solo de 14 soldados, dos armeros y un sargento. Ya de forma tardía, y como única adaptación de la fortaleza a la artillería, se construyó un baluarte que desarrolla solo la mitad de la típica planta estrellada al adosarse a la celoquia. Es obra de mampostería trabada con mortero de cal. Se distingue tan solo por las líneas de piedras en el suelo a la entrada.
Flanco Noroeste.
Torre de sillería con fuerte talud ubicada en el frente Norte. Podría ser la torre borje.
Escalones destrozados de una antigua escalera de la celoquia.
El segundo recinto, denominado oficialmente Albácar (aunque nosotros creemos que no eran esas sus funciones), está situado a nivel inferior de la celoquia en su flanco Sureste. Cuenta con unos 6.000 m2 aproximadamente. Contó con dos accesos, uno desde la celoquia, al Noroeste, y el otro al Sur, desde el albácar, defendido por dos enormes torres. Se conserva, relativamente bien, el flanco del mediodía, compuesto por cinco enormes cubos en saliente, vaciados al interior. Su fábrica está compuesta por mampostería en la base, algunos con grandes sillares, y rematado todo por encofrado de tapial.
Flanco Oeste del segundo recinto. A la izquierda, más elevado, la celoquia.
Impresionante frente meridional del segundo recinto. Entre los dos torreones de la izquierda se abre la puerta.
En el segundo recinto destacan los cinco torreones cuadrangulares orientados al Sur: los tres de poniente están datados en época almorávide (primer cuarto del siglo XII) y los dos de levante, fueron realizados en el siglo XIV. De los torreones antedichos, todos ellos de planta cuadrangular, los tres de poniente presentan fábrica de mampostería con sillería en las esquinas y alzado de tapial. Los dos torreones de poniente tienen una fábrica similar en el exterior pero presentan en la base los cimientos más amplia que los muros y en su interior están huecos, presentando fábrica de mampostería. Los cubos están unidos entre sí por lienzos de muy escasa longitud. Estos cubos cuentan además con unas perforaciones circulares, que atraviesan el muro en diagonal descendente, que podrían ser unas curiosas aspilleras. La fortaleza de este frente es una prueba que nos hace creer que este recinto no era un albácar.
Todavía se llega al castillo por el milenario camino medieval. Entre las dos torres estuvo la puerta.
Entre las dos torres situadas más a poniente se abre el acceso, en recodo. Quedan vestigios de dos portales. El más exterior debió ser de ladrillo y el más interno, de sillería. De éste último se conservan en el suelo los quicios, en la pared un agujero para la tranca y unos sillares del umbral.
Detalle de la tercera torre.
Las dos torres de levante y detalle de sus curiosas aspilleras.
Lienzo Este, donde se observan los basamentos de algunos cubos.
Adosada al muro Oeste existe una gran balsa llamada “Baños de la Reina”. No es un aljibe, sino una balsa, como muestra el remate redondeado de sus muros. Es de forma rectangular (10 x 15 m) y está construída con mampostería trabada con mortero de cal. Tiene una capacidad de 300 m3 de agua. Junto a ella se conserva una pileta rectangular excavada en la roca. En una de nuestras visitas pudimos comprobar su perfecta estanqueidad, puesto que conservaba el agua de unas lluvias recientes.
Espesor del muro oriental. En torno a los dos metros.
En el extremo oriental nos encontramos con otra torre albarrana, pero esta de planta circular. Tiene un diámetro de 5 m. construída en mampostería. Ha perdido mucha altura y sus piedras se están despegando con inusitada rapidez. Su posición en el vértice de un espolón la hacen sumamente espectacular.
Presa de gravedad. Al fondo se aprecia el canal de recogida de aguas.
En la ladera oriental, situados extramuros, existen dos elementos muy interesantes e íntimamente ligados al funcionamiento de Orihuela que creemos importante reseñar. Además, creemos que debieron existir muchos más elementos arquitectónicos de todo tipo por todo el monte de San Miguel, desaparecidos en la actualidad.
Uno de ellos es un extraño muro de gran grosor (2 m). Se trata de una presa del tipo de gravedad formada por dos imponentes muros en forma de L, con 25 m de longitud y una altura máxima de 10 m. También se conserva un largo canal para captar el agua que caía por la ladera y dirigirla hacia la presa. Cuenta con una capacidad de 375 m3. Es obra del siglo XV o XVI.
El otro elemento es una balsa situada un poco más hacia el Sur. Tiene forma rectangular (12 x 7 m), con muros de 3 m de altura y con capacidad para 150 m3. También debió contar con un canal de recogida de aguas e, incluso recoger el sobrante de la presa por medio de otro canal. Es obra de finales del siglo XII.
Balsa extramuros.
Y por último, nos encontramos con el tercer recinto o auténtico albácar. Estuvo delimitado por las llamadas actualmente murallas de levante y de poniente, y por los restos que rodeaban o cruzaban el llano de San Miguel, lugar donde hoy día se alza el seminario.
Por el Este el trazado de la muralla se inicia en la torre más oriental de las situadas al Sur del segundo recinto, de donde parte un lienzo que fue restaurado en el año 2022, junto con la llamada torre taifal.
Lienzo que, partiendo desde la torre Sureste, desciende hacia la ciudad, en 2014 y 2022.
La llamada torre Taifal en 2014 y en 2022, una vez restaurada.
Más imágenes de la torre Taifal en 2014 y 2022. Este es el único sector que se ha restaurado en décadas.
Discurre después el trazado por una ladera de vertiginosa pendiente donde se encuentran varios restos, todos muy arruinados. A pesar de su destrucción, se puede seguir su trazado entre las rocas debido a sus vestigios.
Uno de los trozos mejor conservados.
Y entre sectores desaparecidos, que ya no pudimos encontrar, llegamos hasta la base de un torreón circular de mampostería al borde de un cortado rocoso.
Desde aquí llegamos a una pequeña explanada, cercana al seminario y formando parte del Llano de San Miguel en la que se pueden observar dos torres. La que primero nos encontramos tiene la base ataludada de mampostería y el resto de tapial muy erosionado, conserva unos 6 m. de altura.
Torreón circular.
Esta es una importante torre esquinera del recinto, pues a partir de ella la muralla gira 90º hasta llegar a la siguiente torre cuadrangular.
Disposición de las dos torres con respecto a la torre Taifal. Se aprecia la enorme pendiente por la que discurre la muralla.
Luego, muy cercana nos encontramos una espectacular torre de influencia aragonesa, con 5 m de altura, obra de mampostería con refuerzos de sillería en las esquinas.
La muralla vuelve a cambiar de dirección para continuar por la arista del monte y llegar primero a una pequeña torre-contrafuerte y finalmente a la cerca urbana, en las proximidades de la Puerta de Crevillente.
Las cuatro torres.
Desde algún punto no localizado de esta zona la muralla se dirigía hacia el Oeste para englobar el Llano de San Miguel. Aparecen restos dispersos en varios puntos un tanto incompatibles pero conociendo la complejidad del lugar, poblado desde hace milenios y la diversidad de defensas, no es de extrañar tal diversidad de restos. Según parece, esta zona fue el espacio que ocupó la antigua ciudad visigoda, perdurando como zona residencial durante todo el periodo islámico. Recordemos que este lugar es fácilmente atacable desde la ladera, por lo que ya debió estar protegida desde sus principios.
En el siglo XVII, el erudito Mosén Pere Bellot ya indicó que la población del Llano de San Miguel estaba defendida por un castillejo por su parte Norte del que todavía quedaban unas torres terraplenadas muy desechas.
Es de destacar la existencia en la zona Noreste del seminario de una gran estructura arquitectónica de la que se observan casi en su totalidad unos muros perimetrales, con una planta trapezoidal y dos torres en su zona sur, una de mampostería y tapial y la otra de tapial de hormigón forrada de mampostería.
Imágenes de las torres existentes en la parte de arriba del seminario. A sus pies discurre el canal de captación de aguas del gran aljibe del seminario, llamado Pozos de Cremós.
Así mismo, por la parte de abajo del seminario, paralelo a su valla perimetral, discurre un lienzo con torres de trecho en trecho que se puede seguir casi completo, terminando junto al camino de subida, en el lugar en que aparece la larga escalera tallada en la roca. Este largo lienzo está pésimamente conservado, oculto por vegetación y semienterrado por escombros y basuras que son arrojados desde las obras del seminario. Presenta fábrica de mampostería trabada con mortero de cal.
Basamento de uno de los torreones.
Escalera tallada en la roca.
Aquí vemos por debajo del muro Sur del seminario, el lienzo de la muralla.
El perímetro de la muralla seguía hacia el Noroeste para enlazar con la muralla de poniente, que vuelve a ascender para empalmar con el castillo otra vez. En el lugar en que actualmente existe un mirador, muy cercanas a las cuevas, existió una torre cuadrangular y otra circular un poco más abajo. No encontramos restos de ninguna de las dos.
En este lugar del mirador debieron estar las dos torres desaparecidas.
En sus aledaños se encuentra la Fuente de la Judía. Se trata de un abrevadero de tres senos cilíndricos tallados en la roca, de 60 cm. de diámetro y sobre ellos un pequeño canalillo de distribución del agua. Su situación junto a la Puerta de la Traición, la hacen el lugar indicado para abrevar las caballerías a la entrada o salida del recinto amurallado.
En este lugar estuvo la Puerta de la Traición, en el camino de Rabaloche. De ella solo quedan sus cimientos.
Lienzo aislado de tapial de la muralla de poniente. Mide 6 m. de longitud y 4 de altura.
La muralla desde aquí vuelve a ascender de forma vertiginosa hasta el castillo, por una ladera de extrema inclinación. Al contrario que la muralla de levante, esta no conserva ningún resto excepto el pequeño sector previo a la puerta. En esa zona existe una antemuralla o barbacana interior, que encajona el camino entre los dos muros.
Lo que queda del lienzo de poniente antes de su llegada a la puerta.
Subsisten diversos tramos de los antiguos caminos que ascendían, bien desde la ciudad al Llano, o bien desde el Llano al castillo, normalmente de traza zigzagueante para salvar la pendiente y hacer más accesible la subida. Muchas veces tallado en la roca, otras realizado con piedras irregulares procedentes del mismo monte unidas con mortero de cal. En muchos tramos se aprecia un pretil lateral también de piedras trabadas con mortero de cal. La anchura es variable, siendo de una anchura media de 1,50 metros. Era apto para caballerías pero no para carruajes. Son de época almohade, con restauraciones y reconstrucciones en época feudal.
Camino empedrado que asciende hacia el castillo. Se conservan diversos tramos.
En excavaciones realizadas en el recinto del seminario aparecieron restos ibéricos y aún anteriores. Hubo una primera fortificación en este lugar levantada por Asdrúbal en el 223 a.C. pero de ella nada se conserva. Aunque es evidente la construcción árabe del castillo parece que su cimentación es muy antigua, posiblemente romana (Orcelis). En época visigótica era llamada Aurariola y era cabeza del ducado de Oróspeda, que regía Teodomiro. El caso es que el yacimiento del Monte de San Miguel, tras el “Tratado de Orihuela” o “Pacto de Teodomiro” se islamizaría paulatinamente dando lugar a Madinat Uryula, que en un primer momento ocuparía su mismo solar, perviviendo como zona residencial durante toda la época islámica. Las tropas musulmanas, al mando de Abd-al-Aziz, tras su entrada en la península, llegaron hasta Aurariola, en cuyo castillo se refugió el duque. Después de 20 meses de lucha, en el año 713, Teodomiro obtuvo un favorable tratado que le permitió sostener un pequeño reino cristiano, vasallo de los emires árabes, pero completamente autónomo. Dice la leyenda que Teodomiro acabó con la paciencia de Abd-al-Aziz, disfrazando a las mujeres de guerreros, haciéndoles creer que había recibido refuerzos. Se convirtió así en cabeza administrativa de la Cora de Tudmir (Teodomiro) hasta el siglo XI, en que Abderramán se la arrebató.
En el año 859 los normandos saquearon Orihuela. En el siglo siguiente fue tomada por tropas bereberes que fueron desalojadas por Jayrán en 1012. Orihuela perteneció sucesivamente a los reinos de taifas de Almería, Denia, Valencia, Murcia y Denia otra vez. Hasta aquí llegaron las correrías del Cid, y en 1125 es Alfonso el Batallador quién corre su comarca. A mediados del siglo XII cae en poder de los almorávides. En 1228 perteneció al reino taifa de Murcia. En 1264 Jaime I conquistó Orihuela.
En 1243, mediante el Pacto de Alcaraz, el reino hudí de Murcia pasó a ser un protectorado vasallo del reino de Castilla, aunque muchas ciudades, entre ellas Orihuela, se opuso al mismo. Los principales elementos del sistema defensivo quedaron en manos de una guarnición castellana. Tras la rebelión mudéjar de 1264-1265, sofocada por Jaime I, en apoyo de su yerno Alfonso X, se rompió el estatus pactado en Alcaraz y se iniciaron los repartos de tierras entre los conquistadores. Presumiblemente no fueron muchos los daños sufridos por el sistema defensivo de Orihuela tras la Capitulación de Alcaraz, mayores fueron sin duda los ocasionados durante la revuelta mudéjar. En 1265, Alfonso X concedió a la villa de Orihuela sus fueros y se creó el concejo rector.
El monte de San Miguel desde el Norte.
Debido a las guerras de Sucesión y de la Independencia se construyeron una serie de baluartes defensivos con funciones artilleras. Algunos se confeccionaron con excelente sillería pero otros quedaron a medio construir. Algunos de ellos en la actualidad son utilizados como base de los miradores del seminario. Entre ellos destacan el Baluarte de San Miguel y la Batería de Santo Domingo. Resultado del Plan de Defensas de La Guerra de La Independencia, ejecutado entre 1808 y 1811, por el ingeniero militar Antonio Benavides.
Dos de los baluartes que todavía subsisten en la ladera meridional del seminario.
Baluarte de San Miguel. Se localiza al Oeste del seminario y es uno de los elementos más importantes de este plan. Situado sobre un barranco y en los dos rellanos existentes a ambos márgenes del mismo. Es obra escalonada y ligeramente ataludada, realizada en sillería y mampostería, consta de tres elementos el Baluarte de San Miguel, de planta triangular, al cual se adosan la Cortina del Olivar, cortando el barranco, y a continuación los Flancos del Descubridor. Se trata de unas sólidas obras que pudieron haber tenido un buen comportamiento ante los impactos de la artillería enemiga. El conjunto domina visualmente la ciudad. Las baterías allí instaladas tenían una amplia capacidad de tiro sobre el Sur, Sureste y Suroeste de Orihuela.
Baluarte de San Miguel.
Cortina del Olivar.
Flanco del Descubridor.
Batería de Santo Domingo. Situada en un espolón rocoso sobre el convento de Santo Domingo, sobre una estructura rectangular de mampostería de 6,50 x 18 m, con una altura de 2,5 m que aprovecha bajo ella una cueva natural como almacén. Es obra de mampostería careada en su parte inferior y mampostería con encadenado de sillería en la superior. Domina visualmente la entrada de Orihuela desde San Antón y el Camino Viejo de Callosa. Su construcción, al contrario de lo que ocurre con el Baluarte de San Miguel, no parece muy sólida al realizarse con materiales de escasa calidad.
Tras la muerte de Sancho IV de Castilla, su hijo, Fernando IV, no fue reconocido por amplios sectores castellanos, lo que dio lugar a una guerra civil por la sucesión al trono. Jaime II de Aragón tomó partido por Alfonso de la Cerda (nieto de Alfonso X de Castilla y Violante de Aragón), quien en una serie de tratados secretos, Calatayud (1289), Ariza (enero de 1296) y Serón (febrero de 1296), le cedió a cambio el Reino de Murcia. Jaime II le otorgó 3.000 sueldos para reparaciones, así como Pedro el Ceremonioso en 1366. Este rey, en 1381, ordenó que se aumentara la altura de las torres Pero Orihuela fue sitiada y en junio de 1365 fue tomada y saqueada por los castellanos. Según nos relatan las crónicas, el ejército castellano disponía de máquinas de asalto, cegaron las acequias junto a la puerta de Elche, y allí situaron “14 ingenios y brigolas” derribando un buen trecho de muralla, que en esta zona era más débil. Ocupada la villa el castillo aún permanecía en poder de Aragón, siendo finalmente tomado, en el famoso episodio de la muerte a traición de su alcaide y Procurador General, Juan Martínez de Eslava.Tras la guerra el castillo y murallas debieron quedar maltrechos. En 1371 aún se deben realizar importantes reparaciones. En 1389, el castillo amenazaba ruina, por ello Jaime II encargó al Batlle General de Valencia la realización de las obras necesarias. Las murallas se quedaron desfasadas al no adaptarse a la aparición de un nuevo y potente armamento: la artillería. Perdieron así gran parte de su utilidad. En 1394, Juan I destinó 5.000 sueldos y, por último, en 1522, el príncipe Felipe, hijo de Carlos I, dio instrucciones para la inversión de fondos en la fortaleza, enviando a sus ingenieros militares Antonelli y Gonzaga para reconstruirla. No pudo ser castillo señorial porque Orihuela siempre fue Villa Real y las buenas defensas de la ciudad, en muchas ocasiones, hicieron innecesario el uso del castillo.
Los vecinos se fueron apropiando de lienzos y torres de la muralla, reduciendo su grosor y abriendo vanos para ampliar sus viviendas. Ya en el siglo XVI, buena parte de las murallas del sector del río habían perdido su funcionalidad. De crónicas antiguas parece deducirse una cierta adaptación, en la Edad Moderna, del sistema defensivo oriolano al nuevo armamento, por lo menos parcialmente, posiblemente con la apertura de cañoneras en las principales torres, como podría deducirse del pequeño calibre de las piezas de artillería nombradas por los cronistas (culebrina, sacre y falconete).
Durante la Guerra de Sucesión, en un primer momento Orihuela tomó partido por Felipe V, para finalmente apoyar al archiduque Carlos de Austria, que fue proclamado rey desde los balcones del palacio del Marqués de Rafal el 24 de julio de 1706. El ataque de las tropas borbónicas del cardenal Belluga no se hizo esperar y Orihuela fue tomada y saqueada por las tropas al mando del coronel Francisco de Medinilla el 10 de Octubre de 1706. El 28 de mayo de 1707 cayó un rayo sobre la fortaleza que provocó la explosión del polvorín, muriendo un centenar de soldados franceses que luchaban en España por la causa de Felipe V. El edificio quedó muy destruído por lo que el general Medinilla ordenó la voladura del castillo en mayo de 1708 por considerarlo inútil para el servicio. Una devastadora tormenta caída en 1737 completó la obra de destrucción.
Con la Guerra de la Independencia las murallas de la ciudad ya estaban prácticamente desaparecidas. No debieron ser muy eficaces las defensas construídas con celeridad pues Orihuela fue tomada el 26 de abril de 1810, por los soldados del general Sebastiani, aunque se vieron obligados a abandonarla acosados por la guerrilla. Finalmente fue el ingeniero militar Antonio Benavides quien diseñó un definitivo Plan de Defensa, destacando en su elaboración el Baluarte de San Miguel. Y por último, el terrible terremoto de 1829 asoló la comarca afectando a numerosos edificios, ente ellos y especialmente, al castillo. Resulta terrible comprobar, como la gran Orihuela, cabeza de la histórica Cora de Tudmir, ha quedado reducida a la mínima expresión, con escasas y tristes ruinas.