
Ocupa el cerro de Miraflores, de 391 m. de altura, una zona elevada y de difícil acceso desde la que domina el territorio circundante, rodeado por un río de pequeñas dimensiones, afluente del Guadiana, que le servía de defensa natural. Su dominio óptico es sensacional, aunque existen pequeñas elevaciones tanto al Este como al Oeste que cercenan este dominio. No está enlazado ópticamente con ninguna otra fortaleza del entorno. El acceso actual a la fortaleza se realiza a través de la carretera de Olivenza, en cuyo punto kilométrico 21 se desvía a la izquierda una carretera de subida al castillo de dos kilómetros aproximadamente.
Muy buen estado. Después de estar prácticamente en ruinas, en el momento de nuestra visita en el año 2010, estaba siendo habilitado para funcionar como albergue.

El castillo dominando la población desde el Norte.
Castillo montano con dos recintos envolventes dispuestos de forma concéntrica y un posible albácar adosado a su flanco Oeste, bastante desdibujado al ser utilizado como acceso y aparcamiento. Su planta se adapta a la topografía del lugar, con una clara traza irregular. Ocupa una superficie de 2.300 m2 aproximadamente. La construcción del castillo en distintas épocas lo convierten en un aglomerado de estilos y elementos, comenzando por los árabes que debieron construir la torre y el primer cuerpo más elevado, aunque de esta época no se conserva ningún vestigio. Actualmente la imagen es puramente cristiana. Con una gran torre del Homenaje prismática, de sección cuadrangular y esbelta, rodeadas de dos recintos concéntricos.

La puerta de entrada principal cuenta con el espacio necesario para un rastrillo de madera que la cerraba y que en la actualidad no se conserva. Ha sido sustituido por uno de hierro que se alza con un ingenioso mecanismo de contrapesos. El acceso al edificio se puede hacer a través de dos puertas. La principal, que se ha restaurado hace poco tiempo, se remataba en un arco apuntado encuadrado en un alfiz que albergaba el escudo de armas, del que sólo se sabe por noticias antiguas pues en la actualidad se ha perdido. La otra puerta tenía menos importancia y se ubicaba en la parte opuesta de la entrada principal.

Puerta principal del castillo, la única en la actualidad.


Flanco Suroeste.
Lienzo y cubos circulares de la parte Oeste.


Sector Sur, correspondiente a la puerta. Se observa el cuerpo de guardia y uno de los modernos edificios divididos en habitaciones.
La torre del Homenaje es el elemento más destacado del conjunto. Se sitúa en el patio, tiene planta cuadrada, con 6 m. de lado, y cuenta con tres pisos, que la dotan de una gran altura. La torre debía de ser mayor todavía, pues le faltan las almenas encima de su cornisa. En sus muros se abren algunas saeteras que permiten completar sus defensas, y pequeñas ventanas desde donde se domina toda la fortaleza y el amplio entorno que se extiende a los pies. La torre tiene su acceso por el recinto más elevado en su lado Norte. Ofrece una distribución interior en varias plantas que se perciben fuera mediante molduras. En el lado derecho de la puerta de acceso comienza su escalera dividida en varios tramos desde los cuales se accede a las diferentes cámaras con suelo y a su vez bóvedas de madera que no se han conservado. En la parte superior o terraza se encuentra un orificio central cuya utilidad no está muy definida entre un tragaluz de la última cámara o una abertura que permite intuir un aljibe aéreo. Todas las plantas poseen saeteras en el recorrido de la escalera a excepción de la primera que tiene una de mayor tamaño.






Interior de dos de las plantas de la torre.
Falsas bóvedas que cubren la estrecha escalera interior de la torre.

El cuerpo donde se encuentra la torre se sitúa a mayor altura que el resto y con un acceso en puerta gótica por el lado Este, que permite la entrada a una habitación con vestigios de bóveda y suelo de ladrillo cocido (ahora transformada en salón-comedor) y a la propia torre del Homenaje. En esta elevación se sitúa también la capilla pegada al lado Oeste de la torre y cuyo antiguo acceso no está muy definido en la actualidad por el estado en que se encontraba y la restauración a la que se ha sometido. Este recinto se completa además con la entrada a las cisternas subterráneas colocadas al lado de la torre del homenaje, quizás formando parte de la parte inferior de la misma. Entre este primer cuerpo y la muralla principal del segundo distan unos 10 m, en los lados Sur, Este y Oeste y al menos 20 m en el lado Norte.

Recinto o cuerpo interior del castillo, más elevado que el resto y donde se encontraban las dependencias nobles.
Puerta del segundo recinto.


Interior del aljibe.
La liza estuvo ocupada por habitáculos al menos en tres de sus trayectos (Sur, Este y Oeste) pegados a la muralla principal. Estos habitáculos son los que se han reconstruido y habilitado como habitaciones para el futuro albergue. La techumbre de estas dependencias se unía al camino de ronda que corre sobre el adarve. El adarve consta de un parapeto o antepecho almenado, a ras de muro y reforzado con cubos redondos adosados y aspilleras. Pequeños detalles completan la estructura de este cuerpo de la fortaleza como las molduras en ladrillo bajo las almenas, doble en las torres y algunos marcos de ventanas en granito.

Adarve por encima de los tejados de las dependencias.
Zona Norte del castillo, con los barracones hosteleros. Se aprecia el adarve y su altura con respecto a ellos.

El tercer cuerpo de la fortaleza es producto de la aparición de la artillería que aquí se refleja en esta falsabraga (albácar) en el lado Oeste de la fortaleza que protege el espacio de la liza y el acceso a la puerta de entrada: muro grueso y liso que configura un acceso en recodo muy protegido con los cubos de la muralla que envuelve a la torre. El problema de la aguada estaba resuelto en Alconchel, aparte de las cisternas interiores, con un aljibe colocado a sesenta metros de la fortaleza, el aljibe del Huerto del Aguilar, de construcción mudéjar que aún se conserva en su totalidad. En Alconchel se suele afirmar que desde la fortaleza parte un túnel que conduce a la iglesia parroquial y otro a la cercana ermita de la Esperanza. Efectivamente, algunos castillos han contado con minas o pasadizos que servían de escape en situaciones de asedio, pero en este caso que nos ocupa todavía no se ha podido atestiguar la presencia de dichos túneles.

Vista del interior del castillo desde la torre del Homenaje. Se ven los dos recintos, las partes restauradas y el techo del salón-comedor.

Interior de la gran sala que se ha habilitado como salón-comedor.
Parece que este lugar ya fue ocupado en época prerromana, como lo atestiguan los elementos ciclópeos utilizados como base de la actual fortaleza, las lápidas romanas aparecidas en la falda del castillo y los restos de columnas y monedas visigodas aparecidas. Durante el reinado del gran emir Abd-Al-Raman II (822-852) se construyó una fortaleza para la defensa del territorio ante las incursiones del rey de León por toda Extremadura. En el 1016 se fundó en la capital la dinastía aftasí por Al-Aftas descendiente de la tribu bereber de Miknasa quien desde el comienzo de su reinado se preocupó por reparar y ampliar la fortaleza de Alconchel pues su reinado pasó por numerosas guerras fronterizas con los reyes de Sevilla, Carmona y Córdoba. Esta fortaleza persistió de una forma o de otra hasta el 1166 al menos, cuando el temido Giraldo “Sempavor” (sin miedo) alférez del rey portugués don Alfonso Enríquez conquistó el castillo a los árabes según se indica en la Crónica Lusitana “En el año 1166 Giraldo, de sobrenombre Sempavor, aprovechando la noche conquistó la ciudad de Évora. El conquistador y sus compañeros se la ofrecieron al rey don Alfonso. Al poco tiempo el mismo atacó tomando Morón, Serpa, Alconchel y el castillo de Coluchio…”. Tanto Fernando II de León como los almohades tuvieron que intervenir en 1170 ante la pretensión del “perro” Giraldo de conquistar Badajoz, principal enemigo de ambos bandos. Este fin común hizo que el resto de las fortalezas siguieran en manos leonesas. En este contexto Alconchel pasó a manos de Fernando II quién lo entregó a la Orden de Santiago.

Frente Sureste del castillo.
En 1174 el caudillo almohade Abu-Yacub conquistó la fortaleza de Alconchel y bajo su mandato se reedificaron algunos tramos de muralla y la torre cuadrangular, convirtiéndose así la primitiva fortaleza en una gran torre y un recinto amurallado. Será Alfonso IX de León quien impulsó la conquista de estas tierras y su hijo Fernando III donó la fortaleza a la Orden del Temple, cuyo maestre Esteban de Belmonte la consiguió “en juro de Heredad y para siempre”. Tras la disolución de la Orden del Temple sus posesiones empezaron a caer en manos de los nobles. Alconchel pasó al rey portugués en 1311 y en 1313 se encontraba en manos de un tal Martín Gil Sousa. En 1343 Alfonso XI entregó la villa a cambio de un préstamo aunque este no se hizo efectivo. Sería después el infante don Sancho, hijo bastardo de Alfonso XI y de Isabel de Guzmán quien recibió todo el señorío en el que se encontraba la villa de Alconchel. Tras la muerte del conde Sancho de Alburquerque en 1374, Alconchel pasó a manos de doña Leonor de Castilla y ésta se lo cedió en 1418 a don Enrique, infante de Aragón. El castillo y su alfoz formaron parte de un Mayorazgo Independiente del de Belalcázar para el segundo de los hijos de don Gutiérrez, Juan de Sotomayor, cuya viuda logró incorporar al señorío de Alconchel la villa de Zahinos en 1558. Es entonces cuando se construyeron los sucesivos recintos y elementos fortificados a lo largo del siglo XIV y sobre todo en la segunda mitad del XVI, cuando era propiedad señorial de Gutiérrez de Sotomayor, quién además fue Maestre de la Orden de Alcántara. Después la villa estuvo en manos de distintos señores como don Fadrique de Zúñiga, don Juan Alonso de Meneses, don Félix de Silva y Meneses y don Fernando de Silva y Meneses.

El castillo desde el Oeste. A nivel más bajo se ve la falsabraga o albácar, aprovechada para cubrir el serpenteante sendero de ascenso.
Los siglos XVII, XVIII y XIX fueron marcados por las sucesivas oleadas de guerras que tuvieron notable influencia para la villa de Alconchel. Alconchel fue ocupada en 1642 por las tropas portuguesas a mando del general don Francisco de Melo. Al año siguiente, el 29 de septiembre, las tropas portuguesas al mando de don Matías de Alburquerque, volvieron a poner sitio a la villa, teniendo que refugiarse los vecinos en el recinto del castillo, aunque una vez ahí tuvieron que rendirse por falta de provisiones y los soldados quedaron prisioneros por capitulación. En el siglo XIX la población fue azotada por la llegada de los franceses que tomaron la villa de Alconchel a finales de enero de 1811 con las tropas al mando del general Gazán. La población intentó hacerse fuerte en el castillo al amparo de los tres cañones presentes en su baluarte, pero tuvo al final que rendirse y el pueblo fue tomado hasta abril en el que los franceses abandonaron la villa ante la presencia de tropas aliadas en Olivenza, aunque en junio volvieron a entrar para quedarse hasta 1812 en que acabó la presencia francesa en España. A partir de entonces la vida municipal comenzó a ser regida por el Ayuntamiento de la villa perdiendo importancia en el hilo de la historia el castillo, que permanecerá en estado ruinoso hasta su primera restauración ya en el siglo XX. En la actualidad (año 2010) el castillo de Alconchel se prepara para su utilización en el futuro como albergue público. A través de un proyecto financiado por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura se están rehabilitando y construyendo habitaciones, además de la adecuación de las subidas a la fortaleza para darle una mayor protección turística. Hasta ahora los trabajos realizados no han influido en su aspecto exterior con lo que conserva la majestuosidad que se merece. El castillo es perfectamente visitable.