
El castillo se sitúa en lo alto del monte que corona el pueblo. Se trata de un emplazamiento privilegiado por su facilidad de defensa y por dominarse desde él dos valles. La fortaleza no ha necesitado de la construcción de defensas a excepción del flanco oriental, pues la naturaleza escabrosa del terreno imposibilita el ataque por las otras zonas.
Mal estado. Se han reparado algunos puntos con carácter de urgencia dado su precario equilibrio, pero sigue su degradación.

Única puerta del castillo, con arco de medio punto de ladrillo en el exterior y arco escarzano de sillería en su interior. Tras ésta, un rastrillo, maza, batiente y al final, la puerta de madera, actualmente desaparecida. Sobre el dintel existió un matacán almenado destinado a la defensa del portal


Camino cubierto, en el que se abren 20 saeteras.

Más que castillo, se trata de un simple lienzo de muralla, más o menos rectilíneo, de unos 250 m. de longitud, que cierra el único punto accesible de una colosal peña rocosa. Este punto es el Este, donde se encuentra el pueblo. En el resto del perímetro las impresionantes paredes verticales lo hacen totalmente inaccesible. Realmente espectacular dicho emplazamiento. El espacio que cierran las murallas corresponde a unas 3 Ha. La principal muralla del emplazamiento posee un talud para reforzar ese punto contra zapa y mina. El acceso se hace a través de un camino en dirección Sur-Norte que parte de las casas de detrás de la iglesia. Está protegido por un pretil de defensa de 130 metros de longitud que asciende en paralelo al recinto, girando 180º en su último tramo (de 27 metros) para enfocar el acceso propiamente dicho y acabar de ascender los 25 metros de desnivel que existen desde el inicio del camino. Este camino con su pretil debió ser utilizado dada la existencia de unas 20 pequeñas aspilleras, como primera avanzada defensiva. El recinto en sí consta de tres partes diferenciadas, unidas por lienzos de murallas que le confieren un carácter continuo longitudinal: el acceso, el conjunto de edificaciones de la zona media y la celoquia o zona noble, en el extremo Sur.
Sobre la puerta de acceso discurre un paso de vigilancia almenado que lleva a un gran cubo circular que defiende la entrada. Una vez en el interior se observan los restos de construcciones de lo que debió ser el cuerpo de guardia que debía ser atravesado para introducirse en el recinto amurallado. Traspasada la entrada y al nivel del suelo, llaman la atención dos alineaciones de muros más primitivos, probablemente islámicos. Esta primera parte del castillo se une con lienzos de muralla que subiendo y adaptándose al terreno se desarrollan hasta el extremo Norte de la montaña. Hacia el Norte continúa la muralla que reforzaría la defensa y que termina con una torre esquinera a la que se llega por un tramo de muralla que cuenta con troneras en dirección Norte. A lo largo de la parte superior de la muralla existe un camino de ronda parapetado y en algunos puntos, almenado.



Zona del interior de la puerta. Lugar correspondiente a los restos del cuerpo de guardia.

Camino ascendente con escalones que lleva a la torre del extremo Norte.

Único cubo de la muralla.
El segundo de los elementos que estructuran el castillo, en su recorrido hacia el Sur, son de nuevo restos de tres dependencias de mampostería con pavimento de ladrillo cerámico hecho a mano, apoyadas en el lienzo y una habitación abovedada en el primer saliente de la muralla con un pequeño hueco al exterior. Anexo a esta habitación existe una amplia dependencia a la que se accede por el extremo Sur que correspondería a un edificio muy importante para el castillo.




Muralla y conjunto de edificaciones.
Habitación abovedada


Curiosas escaleras para ascender al adarve de la muralla.
Siguiendo la muralla se llega al área noble del castillo o celoquia, con una torre cuadrada, y por encima de ella y directamente sobre el río una torre esquinera con un piso inferior abovedado. Unidas a la roca se levantan tres dependencias de tapial sobre la base de mampostería con acceso de escalones semicirculares en piedra. Bajo una de ellas hay un subterráneo que comunica con el exterior y que facilitaría una salida en un momento dado. Junto a ellas hay una sala al mediodía con dos vanos que enmarcan dos arcos rebajados. El suelo es de ladrillo rojo elaborado a mano y se subdivide en dos dependencias, teniendo la más oriental una cámara abovedada en su subsuelo. Esta sería una edificación de tipo residencial. Sus dependencias están enlucidas en yeso y hay restos de pintura en él. En su edificación original, predomina el tapial de cantos rodados y argamasa ceñido por verdugadas de ladrillo. Toda esta área del recinto se ha desarrollado alrededor de lo que podríamos denominar un patio de armas que cuenta con grandes troneras.

Celoquia o zona noble.


Habitaciones de la celoquia.
Los dos grandes vanos del flanco meridional.


Escalones semicirculares.

Pavimento de baldosas hechas a mano.

Aljibe menor.
En la parte superior de la montaña quedan restos de dos aljibes que aprovechan el desnivel del terreno para recoger el agua. El mayor situado más al Sur es de grandes dimensiones, teniendo 6,50 metros de largo por 3 de ancho y una profundidad de 1,80 metros. Su interior está enlucido y conserva restos de pintura roja, en el suelo quedan fragmentos de mortero con enlucido pintado del mismo color y todo el conjunto está construido en piedra. No queda ningún arranque de bóveda lo que hace pensar que tuviera una cubierta de madera o cañizo. El otro aljibe tiene las mismas características a excepción de que su tamaño es menor. 7,90 metros de largo por 1,50 metros de ancho y una profundidad de 2,20 metros. Para su construcción se ha aprovechado un cortado de la pared, que unido a su doble enlucido lo hace irregular. Se tiene constancia de que existía también allí una pequeña iglesia consagrada a San Miguel, pero en la actualidad no queda ningún resto, aunque si numerosos fragmentos de tejas.

Aljibe mayor.
Aunque este monte ha sido poblado desde la Edad del Bronce de manera continuada, y luego por los romanos, los restos actuales son musulmanes principalmente. En memoria de Julio César se llamó Iulioa, o Iuliela. Escolano le atribuye el nombre de Juliella, de origen godo. La población árabe se encontraba en el interior de las murallas, en lo alto del monte, como lo demuestran los hallazgos cerámicos y los vestigios de edificaciones. Durante el florecimiento del dominio musulmán, el «hisn» se estableció en la plataforma superior del monte, estando constituido por una torre con su aljibe en la base, muros de mampostería y construcciones de tapial. En este momento su función consistía en el control de las vías de comunicación del valle y refugio de los habitantes de las alquerías de los alrededores. Era, junto con el de Alpuente, el castillo más relevante de la región. Cuando comenzaron las incursiones cristianas sobre estas tierras, en el siglo XI, la zona pertenecía a los bereberes de kutama, los Banu Qasim, que se enfrentaron a las huestes del Cid entre los años 1088 y 1092, y a los almorávides después. Según la tradición, en 1238, el rey don Jaime I debido a la inexpugnabilidad del castillo árabe propiedad de Abu Zayd, tuvo que pactar la rendición respetando vidas y haciendas de los habitantes de la población allí refugiados. El «Llibre del Repartiment» recoge la donación de este castillo al caballero Rodrigo Ortiz. El mismo Jaime I lo cedió el 26 de febrero de 1247 al obispo Andrés de Albalate como compensación por el ruidoso pleito habido entre ambos. Con esta donación quedaba anulada la anteriormente hecha al decanato de Valencia, y se formaba la baronía de Chulilla incluidas las poblaciones de Losa y Villar. Posteriormente Guillermo Rexach alegando ciertos derechos se adueñó del castillo, pero Jaime II el 15 de agosto de 1324 le obligó a restituirlo al obispo de Valencia. En 1331, Alfonso IV el Benigno, alterando la condición expresada por Jaime I de que se respetaran los derechos y haciendas de los musulmanes, otorgó un privilegio para los repobladores cristianos que se quisieran establecer en la villa, así como la expulsión de los musulmanes. En 1340 el obispo Ramón Gastán expulsó a los moros de la población y otorgó carta puebla a favor de cien pobladores cristianos viejos, cuyos síndicos Miguel Sylvestre y Arnaldo de Garnica la recibieron del representante del obispo y alcaide del castillo Balaguer Rodó.

A partir del siglo XVI, y probablemente con el precedente de haber servido de encierro a algunos agermanados, el castillo pasó a ser utilizado como prisión eclesiástica haciéndose célebre en la Inquisición Valenciana la frase «… El juez le amenazó con el castillo de Chulilla». Durante la guerra de Sucesión entre Austrias y Borbones el castillo fue ocupado por los ingleses que lo desalojaron tras la batalla de Almansa, y por los franceses durante la guerra de la independencia. Luego fue prisión para eclesiásticos por orden de San Juan de Ribera. En el siglo XIX, durante las Guerras carlistas, cumplió unos servicios importantes a la causa carlista, sirviendo en tres ocasiones como fortificación a las tropas del pretendiente, siendo precisamente el asedio del ejército gubernamental el que de una forma definitiva iniciaría el proceso de ruina de la fortaleza. A partir de este momento, y muy dañado por los ataques sufridos, comenzó su degradación hasta su estado actual. Con ocasión de llevarse a cabo la restauración y consolidación del castillo, se realizaron en 1985 y 1986 trabajos arqueológicos de urgencia en diversas áreas del recinto.


Torre de la celoquia.