Castillo de Aliaga

Excelente aspecto del castillo desde el Norte. Se aprecia el primer recinto con once cubos, el segundo, muy arruinado, el tercero, mejor conservado pero con desplomes importantes y, en lo más alto, la formidable roca utilizada como torre del Homenaje natural, en la que se observa, a la derecha, el estrecho y peligrosísimo repliegue rocoso que permite el ascenso hasta la plataforma superior.

Se alza sobre unas rocas con formas inverosímiles, erosionadas hasta límites insospechados, y utilizadas como torres y murallas naturales, al Noroeste del pueblo, dominándolo tanto a él como al paso por la estrecha hoz y los valles de los ríos Guadalope y Aliaga. Existe un empinado sendero que desde el caserío nos permite acceder hasta la fortaleza.

Mal estado. Se encuentra en completo olvido, con erosiones y derrumbamientos constantes y con amplios sectores en grave peligro de caer.

Castillo roquero de planta irregular, con cuatro recintos escalonados. Ocupa una superficie de 4.000 m2. Sus muros, torres y paredes se adaptan a la sorprendente topografía del lugar, utilizando las rocas como defensas, en perfecta simbiosis. A veces se desconoce qué defensa es natural y cual artificial, no en balde está considerado uno de los castillos más enriscados de Aragón.

El primer recinto está situado al nivel más bajo y es el más grande. Destaca por el excelente lienzo de planta curva defendido por once cubos semicirculares abiertos al interior, de 3 metros de diámetro y muy próximos entre sí. En el siglo XIX estuvieron cubiertos con un tejado cónico muy achatado. Además de estos once cubos, todavía queda otro, solitario, debido a que el lienzo que lo unía con los demás ha desaparecido en este punto, en el extremo Noreste; otros dos, adosados a una estrecha cresta rocosa que hace las funciones de muro, al Oeste; y la singular torre rectangular, único elemento del castillo con fábrica de tapial, muy arruinada, de 8 x 7 m. cuyo rojizo colorido contrasta junto al gris plateado del resto de la fortaleza y de las peñas. Se cree que la primitiva entrada original debió estar junto a esta torre, no como ahora que se penetra por lugares en que se ha derrumbado parte de la cerca. Este recinto es lo mejor conservado, con una planta un tanto oblonga, una longitud de 100 metros y una anchura de 50. La peña presenta en su parte Este, la que da al pueblo, una altísima pared vertical que hace inútiles las defensas por este lado. En los otros lados es mucho menos escarpado, pero todo el cerro está erizado con crestas rocosas que se han aprovechado para levantar los muros.

 

Detalle de los tres cubos más septentrionales del primer recinto. Los boquetes podrían haber sido producidos por proyectiles durante la guerra carlista.

 

 

Flanco Noroeste. Por encima se ven restos del segundo recinto, y al fondo, las ruinas de la torre de tapial.

Única torre rectangular del primer recinto. Y única de tapial de toda la fortaleza. Como se ve, muy arruinada, apenas queda en pie, la pared Oeste, de mampuestos, pues el tapial se ha perdido casi por completo.

 

 

Crestón rocoso Oeste, alargado y muy estrecho, a semejanza de una pared. Tanto es así, que se le adosaron dos cubos sin hacer falta muros.

 

 

 

 

Cubo Este del primer recinto. Ha quedado exento y solitario al perderse la cortina que lo unía con el resto.

El segundo recinto está muy deteriorado. Por el Norte y Noroeste  se sitúa más o menos paralelo al primer recinto. Comienza en las inmediaciones de la torre rectangular de tapial y finaliza en el extremo Norte. Se aprecian restos de tres torres cuadrangulares de mampostería. En el flanco Sur también aparece muy arruinado, desde la cresta rocosa Oeste hasta la gran roca que hace las veces de torre del Homenaje. Aquí conserva un cubo circular del mismo tipo que los del primer recinto.

El tercer recinto, más pequeño y elevado, defendía los accesos hacia la parte superior. Conserva una gran torre rectangular en el lienzo Oeste y un aljibe semiexcavado debajo de la peña aprovechando una cueva natural. Su entrada era por el Sur, fácilmente defendida desde arriba.

Los muros de estos dos recintos interiores están muy derruidos, pero son de traza sinuosa y sirvieron para colocar los cañones carlistas.

Segundo, tercer y último recinto, escalonados. Su factura constructiva es similar.

Tercer recinto, a los pies de la gran roca. A la derecha están las ruinas de la torre.

 

 

Frente Sur. En primer término, lienzo del primer recinto. Detrás, con un cubo, el segundo recinto. Y a la derecha, la roca donde se sitúa la torre del Homenaje.

 

 

Vista Norte del tercer recinto y la torre del Homenaje. A la derecha de ella está la cornisa que permite su ascenso.

Cuarto recinto, con forma de torre del Homenaje.

En lo más alto, sobre un peñasco inexpugnable de forma muy alargada y orientado hacia el Norte-Sur, se alzaba la torre del Homenaje, rectangular con un cubo semicilíndrico adosado a una de sus caras. Hoy día sus restos se confunden con el terreno y la propia roca parece una torre del Homenaje natural, pues todos sus entrantes e irregularidades han sido alisados con mampuestos y ladrillos formando paredes verticales en todo su contorno. Su eficacia defensiva se combina ingeniosamente con los afloramientos rocosos. Dentro había un edificio que parece la capilla, como correspondería  a la sede de una Orden Militar y, según referencias, fue la primitiva parroquia de la villa. El acceso actual a la plataforma superior, donde se colocó en el pasado una gran cruz, se realiza por una estrecha cornisa escalonada en el flanco Oeste, muy peligrosa.

Esta fortaleza es una de las más desconocidas de Teruel, sin datos anteriores al año 1200. La presencia del muro exterior con los cubos podría ser del XIII. En 1118, Alfonso I el Batallador concedió a Lope Johanes de Tarazona los castillos de Aliaga, Pitarque, Jarque, Galve, Alcalá y Apelia. Todos estos lugares se encuentran en la intrincada serranía central de la provincia. La dominación del Batallador en aquellos roquedales tan poco poblados y alejados de sus bases, debió ser puramente militar, y remitiría como consecuencia del repliegue general acarreado tras su muerte en 1134. La conquista definitiva fue obra de Alfonso II, pero se desconoce la fecha exacta. En 1163, Aliaga ya era una encomienda de la Orden de San Juan de la que dependían los lugares y castillos de Pitarque, Fortanete, Villarroya y Soplaventos (éste despoblado). Pocas noticias se tienen de Aliaga y su castillo-encomienda, a pesar de la grandiosidad de su fábrica. Aislado en su laberinto montañés, apenas ofreció acontecimientos de relieve. En 1180 ya estaba configurado como encomienda, siendo su comendador G. de Vetula, el cual al año siguiente también recibió la iglesia de manos de Pedro Torroja, obispo de Zaragoza. En 1216, el comendador Aimerico de Pace, concedió fueros a los pobladores de Aliaga. Lo conquistó el señor de Híjar con soldados castellanos en defensa de la causa del príncipe de Viana contra Juan II, y aunque tuvo que evacuarlo al año siguiente, se reconcilió con el rey y recibió el condado de Aliaga y Castellote con el consentimiento del prior Belmonte, lo cual produjo en ambas villas curiosos casos de condominio en 1464. No causó efecto el testamento de Juan II de devolver íntegramente Aliaga y Castellote a la Orden en 1479, y los de Híjar recibieron además el título de Duques de Aliaga en 1487. El castillo no volvió a vivir otro episodio importante hasta la segunda guerra carlista, en la cual fue fortificado y artillado en 1840 por los carlistas. Los liberales de O’Donnell pusieron sitio al castillo  que se encontraba en manos de tropas carlistas al mando del comandante Francisco Macarulla, quién lo rindió finalmente el 16 de abril, sin que sufriera importantes destrozos.

Grabado antiguo del castillo que representa al castillo, probablemente, en 1874.