Alcázar de Segovia

Se asienta en el extremo occidental de la espectacular roca donde se levanta la ciudad, en la punta del aislado e impresionante peñón rocoso, que forma en sus dos costados, dos enormes tajos de más de 80 m. de altura, en cuyo fondo, rodeándolo, discurren las aguas de los ríos Eresma y Clamores, que a sus pies se unen. Es uno de los más bellos y elegantes castillos de España y el que más recuerda a los castillos centroeuropeos. Se debe, caso único en España, a sus numerosas torrecillas cilíndricas coronadas por chapiteles de pizarra, similares al típico castillo-palacio centroeuropeo. Nos encontramos, pues, en uno de los monumentos más famosos y evocadores de España, en uno de sus mejores castillos.

Magnífico estado. En pocos sitios se puede apreciar un resumen histórico y arquitectónico como en el Alcázar, además completo y en uso, felizmente recuperado y abierto al público.

Frente Sureste del Alcázar, donde se sitúa la entrada principal defendida por profundo foso y por la gran torre del Homenaje Nueva.

Su planta es muy complicada e irregular, pues sigue los bordes del espolón rocoso. Está separado de la ciudad por un profundo foso, abierto en el duro suelo de la misma roca. Se puede decir que hoy el alcázar es un monumento gótico en el exterior, mudéjar en sus decoraciones, y algunos elementos herrerianos no muy oportunos. Su estructura consta de una fachada frontal, en la que se alza la torre de don Juan u Homenaje Nueva, de la que parten dos cuerpos o alas longitudinales que dejan en su interior dos patios, separados entre sí por un ala transversal, para ir acercándose, a medida que progresan hacia occidente, obligados por la estrechez del peñón, para acabar juntándose en la aguda punta de la torre del Homenaje Vieja. Las habitaciones de la parte Sur (izquierda) nunca tuvieron especial interés. Sirvieron para alojamientos de los cadetes, séquito de monarcas y nobles, y cocinas. Actualmente albergan el Museo de Artillería. En cambio, las situadas en la parte Norte (derecha), son los aposentos principales, conocidos por nombres románticos o simbólicos. En la vega del Eresma se realizaban torneos y otros espectáculos, por lo que cuenta con buen número de balcones y ventanas en su parte Norte. El piso segundo del alcázar está ocupado por las dependencias del Archivo Militar. En la parte alta, un excepcional conjunto de maderamen de pino de Valsaín sostiene los techos de pizarra. Bajo ambas alas existen amplios sótanos abovedados, comunicados entre sí, en los que se almacenaban grandes cantidades de víveres y municiones para casos de asedio. La puerta original estaba en el lado Sur, al exterior de la ciudad, tras cruzar un puente sobre el río Clamores y ascender un camino entre las rocas que llegaba hasta el foso, pasando al interior por alguna de las puertas que se ven tapiadas bajo la entrada actual. Todas las salas tenían suelos de mármol y maderas incrustadas y en las ventanas había vidrieras de colores.

En él residieron Alfonso VII, Alfonso VIII, Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio, Alfonso XI, Juan I, Enrique III, Juan II, Enrique IV, Isabel la Católica y, luego, Fernando, Felipe II y, por último, Felipe III. Y aquí estuvieron presos, entre muchos otros, doña Blanca de  Molina, los condes de Alba de Treviño, el Señor de Montigny, el marqués de Ayamonte, el duque de Medina Sidonia, el duque de Guisa, que escapó en 1650, el duque de Medinaceli, el barón de Riperdá, que se fugó en 1727, varios capitanes piratas argelinos y, modernamente, el general don Dámaso Berenguer, detenido por el gobierno republicano.

 

 

 

Entrada principal actual del Alcázar, tras cruzar el puente de piedra, antaño levadizo. Se aprecia el profundo foso.

Entrada: Delante del alcázar se extiende una explanada-jardín donde estuvo la vieja catedral románica, derribada a raíz de los destrozos ocasionados por los comuneros durante el asedio al alcázar. Se penetra en el alcázar cruzando un gran foso de 24 m. de ancho y 26 m. de profundidad, por un puente pétreo con un gran arco, construído por Felipe II, el cual sustituyó a otro levadizo del que quedan algunos mecanismos y que estuvo a punto de hundirse cuando pasaba el rey con su comitiva nupcial en 1570. Sobre el mismo borde del foso se levanta el primer lienzo del alcázar, flanqueado por dos grandes cubos en los extremos y otros tres más pequeños en su promedio. Coronada por el escudo de Felipe II se encuentra la puerta principal. Tras cerrar Felipe II todas sus poternas, tan solo quedó una entrada auxiliar en la parte Sur, utilizada en tiempos para hacer la aguada.

Foso.

Entrada y torreones de la parte derecha.

 

 

 

El Alcázar visto desde el Norte, desde la explanada de la Virgen de la Fuencisla.

Torre del Homenaje Nueva o de Juan II: Recibe este nombre erróneamente porque en realidad fue levantada por su hijo Enrique IV entre 1440 y 1465. Se hizo tan descomunal, ensanchando y agrandando una torre preexistente, para que sobrepasase a la torre de la catedral, que dominaba el alcázar. El resultado fue que quedó más grande que la torre del Homenaje antigua. Es de planta cuadrilonga, bellísimo ejemplar gótico, cuyo gigantesco remate está coronado por doce cubos, ocho por los ángulos y cuatro por los lados mayores de la torre, que sobresalen del adarve y del almenado. Entre cada dos cubos existe un escudo de España. Al exterior quedan vetustos ajímeces, historiados balcones, robustos matacanes y troneras con figuras de castillos y leones sobre ellas. Desde el exterior se aprecia una grieta vertical en su fábrica que muestra la ampliación de la torre, pues se levantó sobre otra antigua, para lo cual se macizó y se duplicó la anchura y la altura. El muro está enlucido de arriba abajo por arabescos. Unos cordones de perlas marcan exteriormente los tres cuerpos de la torre, macizamente abovedados. Sobre las líneas de perlas se abren dos órdenes de ventanas cuadradas guardadas por rejas. En el interior se encuentran únicamente el cuerpo de guardia y las celdas y calabozos que sirvieron para alojar presos, más una escalera de caracol que asciende hasta la terraza superior de la obra.

Excelente aspecto de la descomunal Torre de Juan II. A sus pies se abre la entrada.

Remate superior de la torre. Se aprecian los esgrafiados, molduras, vanos y demás elementos que la adornan.

 

 

 

Frente Noreste, el que cae hacia el río Eresma.

Patio de Honor o de Armas: Resulta un tanto frío y académico por su estilo herreriano al desentonar con el resto del edificio gótico o mudéjar. Está rodeado de arcos en el primer cuerpo y de pilares con aristas en el segundo. En él se encuentra una fuente y el escudo de Felipe II que campeaba, en tiempos, a la entrada del alcázar.

Vestíbulo de Armaduras o de Ajímeces: Es la primera sala del ala Norte, con decoración muy sobria, tan solo un techo de viguería y un zócalo morisco, pues fue el cuerpo de guardia. Hasta Alfonso X aquí estuvo la entrada principal del castillo. Recibe su nombre por las variadas armaduras que se muestran en ella.

 

 

 

Vestíbulo de Armaduras, con detalle del zócalo morisco, destruido en su mayor parte durante el incendio de 1862.

 

 

Bellísimas ventanas ajimezadas. Antiguamente se abrían al exterior del edificio, pero con las sucesivas ampliaciones han quedado en el interior, comunicando algunas salas.

 

Sala de la Chimenea o de Felipe II: Decorada en estilo herreriano. Posible sala de reunión del monarca castellano.

Dormitorio Real: Con techo y dos puertas mudéjares, un friso con escudos y arabescos y un bello zócalo morisco.

 

 

Salón del Solio o del Trono: Se terminó en 1456. Cuadrado de 8 m. de lado. La decoración de este salón fue en sus tiempos fastuosa, en estilo oriental. Azulejos mudéjares, frisos con letras góticas, adornos y escudos y telas de mil colores. Se remataba por una cúpula octogonal de media naranja repleta de adornos pintados, en cuyo centro colgaba una gran lámpara. Tenía dos puertas, notables por su riqueza. Por esta sala se inició la restauración del alcázar aprovechando tres de sus cuatro lados que se habían salvado del incendio.

 

Sala de la Galera: Su nombre es debido a que la armadura de su techo tenía la forma de una galera antigua vista por dentro. Mide 21’5 x 8 m, con un bonito balcón gótico y un techo dorado. Los muros tenían un friso con escudos y arabescos con inscripciones en castellano y latín. Tiene cuatro ventanales en su pared Sur que muestran cual era el límite del alcázar antes de su ampliación.

 

 

Sala de las Piñas o Gabinete del Rey: Se terminó en 1452 por orden de Enrique IV. Debe su nombre a las 392 labores doradas de su artesonado que semejan piñas. Es de planta cuadrada de 8 m. de lado y estilo gótico naturalista. Contaba con un friso con dibujos moriscos y escudos.

 

 

Tocador de la Reina: Pequeña sala cuadrada de 2’97 m. de lado. Debe su nombre al destino que tenía. Cuenta con pequeñas ventanas y un muy buen artesonado, además de un adornado friso de letras góticas.

 

Salón de los Reyes: De grandes dimensiones, 17 x 11’75 m. Es la sala más antigua del alcázar terminada por Alfonso VIII, siendo la más lujosa e importante. Pero quedó totalmente destruída por el incendio. Su fastuosa decoración se debía a Alfonso X el Sabio. Contenía las estatuas en oro de los reyes de Castilla, reconstruídas actualmente por los dibujos que hizo de ellas Hernando de Ávila en 1594. Este salón fue usado para banquetes y fiestas

 

 

Sala del Cordón: Estancia larga y estrecha adornada con un friso con animales fabulosos y un magnífico artesonado, terminada en 1458. Debajo del friso hay 12 cordones de San Francisco, colocados por Alfonso X el Sabio. Se dice que el rey Alfonso estaba engreído de su sabiduría, comentando que “si hubiese asistido a la creación del mundo, él le hubiera dado consejo a Dios de cómo hacerlo”. Al negarse reiteradamente a retractarse de su blasfemia, expulsando a un fraile franciscano que se lo pedía, estalló una tormenta. Y un rayo cayó en esta estancia donde estaba el monarca con su esposa. Arrepentido, colocó aquí el Cordón de San Francisco, haciendo pública abjuración de su blasfemia.

Capilla: Aquí se casó Felipe II con Ana de Austria en 1570. Está presidida por un retablo magnífico del maestro Portillo, originario de Viana de Cega (Valladolid). Presenta un rico artesonado morisco muy característico y en sus muros hay valiosos damascos de motivos jacobeos.

Patio del Reloj: Es llamado así porque cuenta con un reloj de sol. Todos los muros que encierran este patio están adornados con arabescos. En su lado Norte hay unas ventanas que dan luz a la capilla. En él se encuentran unos antiguos cañones, un busto de Carlos III y el escudo de Carlos I.

 

Torre del Homenaje Vieja: Es de estilo gótico cisterciense y es atribuída a Alfonso X. Constituye la defensa final del alcázar, elevándose altiva sobre el valle. Es de cuerpo rectangular, flanqueada por cuatro torres cilíndricas en sus esquinas sobre trompas que arrancan de sendos contrafuertes que jalonan sus esquinas exteriores, y que recuerdan a algunas construcciones militares francesas del siglo XIII, absolutamente extrañas en Castilla hasta el siglo XV. Tiene un gran cubo o torre semicilíndrica adosada en el centro de su costado de poniente. Cuenta con dos bellas salas en su interior, la Sala del Compromiso, cubierta con bóveda de cañón ojival, y la Sala de la Armería en las que se encuentra un pequeño museo artillero que se muestra al público. En ella se guardaba el Tesoro Real, compuesto por gran cantidad de oro, monedas, joyas, vajillas, ropas y telas ricas y armas de parada.

Muestra del pequeño museo artillero que se expone en la planta baja de la torre del Homenaje.

 

 

Patio del Pozo o Terraza de los Reyes: Amplia explanada almenada situada en el extremo Noroeste del alcázar, al pie de la torre del Homenaje. Es llamado así por el pozo que se abre en el centro del mismo, para sacar el agua de unos grandes aljibes subterráneos. Sus murallas, almenadas, caen a pico sobre el río Eresma por el Norte, pero por el Sur y Oeste, existen a nivel inferior otras explanadas, también almenadas que, a modo de obras avanzadas, constituían sucesivas líneas de resistencia. En su extremo Oeste, la explanada termina en una pequeña garita o torre, cubierta por el consabido chapitel de pizarra, que constituye el último elemento del alcázar.

 

 

La ciudad de Segovia y su disposición con respecto al Alcázar.

La primitiva fortaleza de Segovia, posiblemente romana, ya ocupaba el extremo del espolón rocoso, pues el famoso acueducto conducía el agua desde las lejanas fuentes de la sierra hasta el recinto del castillo. Luego fue ocupado por los visigodos y, más tarde, por los árabes. De las remotas construcciones que pudieron constituir el castro romano, acrópolis, castillo visigodo o fortaleza mora, no existen vestigios claros. Tan solo en los cimientos, ya incrustados en la roca, podrían encontrarse algunos indicios, apenas perceptibles. A la izquierda de la entrada actual existe el basamento de una torre cuadrada construída con grandes sillares de granito dispuestos a soga y tizón, que es calificada por algunos autores, como romana. Hay restos similares en la base de otra torre, al Sur, que luego fue embutida en la de Juan II y otro lienzo de sillares tallados en la roca en el escarpe del Clamores. La primitiva fortaleza se vertebraba alrededor de un espacio que hoy ocupa el patio del Reloj, separada del resto de la ciudad por un gran foso y una explanada a modo de albácar. Con esta configuración, en manos árabes, resiste acometidas bélicas de Alfonso I y sucesivos reyes astures y leoneses primero y condes de Castilla, después. Todavía en el siglo X, con Abderramán, está en manos musulmanas, pues Segovia formaba parte de la frontera o “marca media” del califato. Consolidado el dominio cristiano más allá del Tajo, Alfonso VI ordenó en 1088 la repoblación de estas tierras a su yerno el conde Ramón de Borgoña. Para lo cual reconstruyó el castillo árabe existente aprovechando los bastiones antiguos. El edificio fue levantado según el gusto y estilo de los árabes, debido a la abundancia de alarifes y obreros moros que habían quedado en la ciudad. Era bastante más pequeño que el actual y su entrada estaba en una terraza existente donde hoy está la Sala de la Galera. Se levantó con claro espíritu militar, como asiento de las huestes de Alfonso VI, para prevenir “razzias” musulmanas y como base de operaciones en golpes de castigo sobre territorio moro. En 1122, Alfonso I de Aragón se refiere a él, como “castro”, nombrando al primer alcaide del que se tiene noticia: Iñigo Jiménez. Y en 1158, Sancho III le denomina “alcázar”. A finales del siglo XII o principios del XIII, Alfonso VIII, dio por primera vez al alcázar un papel de estancia real. Levantó en la explanada o albácar unos edificios que configuraron aquel “palacio mayor” que nos menciona en su Crónica y que comprendía ya un segundo espacio o patio de armas. Se construyó la torre del Homenaje, las dos torrecillas laterales junto al foso y el salón de los Reyes. Se cree que en estas obras intervinieron arquitectos ingleses traídos por su esposa, la normanda Leonor Plantagenet, que le dieron un nuevo estilo gótico cisterciense. Alfonso VIII y su esposa hicieron del alcázar su residencia favorita, construyendo un alcázar donde antes solo había un rudo “castellum”. La fortaleza tenía dos recintos y se articulaba, como ahora, en torno a dos patios. El acceso era por el foso y estaba protegido por una gran torre cuadrada que se intuye hoy embutida en la gran torre de Juan II.

Fernando III el Santo realizó algunas reformas y ampliaciones, pero de escasa importancia, dirigidas a darle mejores condiciones defensivas. Alfonso X el Sabio, lejos ya la frontera musulmana y alejado el peligro moro, fue el que lo convirtió en un verdadero palacio, con gran lujo y comodidades, siendo a partir de entonces la morada predilecta de los reyes de Castilla. Alfonso X suprimió los adarves y avanzó las habitaciones del Norte, creando sobre la explanada amurallada de la parte del Eresma, una serie de salas nobles. Llevado por sus pretensiones imperiales decidió que fuera un palacio digno de su alcurnia, por lo que todas las salas fueron decoradas, con especial lujo la de los reyes y la del Cordón. En la primera mandó colocar las estatuas de los 34 reyes de Asturias, León y Castilla, de oro puro, según cuenta la tradición. A este rey se le atribuye la blasfemia “de consultarle el Creador, de otra suerte fabricara el universo”, que provocó el rayo que incendió el edificio en agosto de 1258, provocando la muerte de algunos obispos y nobles. Las obras que se atribuyen a Alfonso X deben tener origen en este incendio. En el primer cuarto del siglo XIV, a causa de las disputas de los dos tutores de Alfonso XI, uno de ellos, el infante don Felipe, tomó por sorpresa la ciudad de Segovia, dominio del otro tutor, don Juan Manuel. A mediados del siglo XIV, el alcázar se sublevó contra el rey Pedro I, a favor de su hermanastro Enrique de Trastámara. En 1336 cayó por una de las ventanas del salón del Trono, el hijo de éste último, el infante don Pedro. Según cuenta la tradición, el ama, de cuyos brazos se había escapado el infante, se arrojó en pos de él, muriendo también. El rey Juan II tuvo especial predilección por el alcázar, puesto que se había criado allí desde la infancia. Juan II ordenó la instalación de un cuadro gigante de 30 m. representando la batalla de Higueruela, que se quemó en el incendio de 1862. En 1440, Juan II de Castilla donó el alcázar a su hijo don Enrique.

En aquellos tiempos, el palacio, que había ido creciendo desde el extremo del espolón rocoso hacia la catedral vieja, estaba tan cerca de ésta, que podría ser dominado fácilmente por la artillería de la época. Por ello, el príncipe y luego rey Enrique IV construyó la mal llamada torre de Juan II o del homenaje nuevo, enfrentada a la antigua catedral. Enrique IV instaló bellísimos artesonados en varias salas, la artística alfarjía del pabellón y la profusión de ornamentos, tapices y pinturas que lo convirtieron en un palacio asombroso, con patios y salas pavimentados de alabastro y ricas piedras. Las obras de Enrique IV no se limitaron sólo a engrandecer el lujoso palacio sino que supusieron un cambio radical en la estructura defensiva del edificio. A él se debe seguramente la construcción de la torre nueva y de la barrera para la artillería que protege el foso y con ello el cambio del acceso principal que anteriormente se hacía desde el exterior de la villa, subiendo desde el río. En 1465 el apoyo que prestó el obispo de Segovia, Juan Arias Dávila al infante Alfonso para usurpar la Corona a Enrique IV, obligó a éste a guarnecer urgentemente el alcázar, emplazando mucha artillería y mandando labrar más de mil bolaños como munición. En 1507, a la muerte de Felipe el Hermoso, Andrés de Cabrera, partidario de Fernando el Católico, asaltó el alcázar apoyándose en la catedral y consiguiendo destruir parte de la barrera. Pese a que fracasaron los intentos de abrir minas para volar algunas torres, los defensores, refugiados en la torre nueva, terminaron capitulando. En 1521, el hijo de Andrés de Cabrera, Fernando, ahora alcaide del alcázar, sufrió los ataques de los comuneros, apostados de nuevo en la catedral. El sitio, que duró de noviembre de 1520 hasta abril de 1521, debilitó grandemente el edificio, por lo que en 1554 se inició la imprescindible restauración, pero en estilo herreriano, imperante en aquella época y que le dio el aspecto actual. Los comuneros lucharon durante semanas entre los muros de la catedral, consiguiendo primero tomar la nave y finalmente también la torre, desde la que pudieron atacar el alcázar. El arquitecto Gaspar de la Vega y sus alarifes cerraron bellos ajímeces moriscos, abrieron balcones, quitaron cornisas y matacanes, y colocaron techos empizarrados, coronando sus cubos y torreones con los chapiteles que hoy todavía sobreviven. Además, restauraron todos los artesonados de las salas nobles, a la par que completaron hasta 56 la colección de estatuas de reyes. Para construir los chapiteles  cubiertos de pizarra se trajeron maestros flamencos y franceses e incluso mineros especializados en la extracción de lajas de pizarra y se abrieron las minas de Bernardos, explotadas en exclusiva por la Corona. Todo ello se hizo con vistas a realizar allí la próxima boda de Felipe II con Ana de Austria, realizada en 1570. Para facilitar el paso de la comitiva se allanó la explanada derribando los restos de la vieja catedral y poniendo los suelos de las estancias del alcázar a igual cota. En 1589, Felipe II ordenó ahondar el foso hasta darle 72 pies de profundidad. 

En 1592 se adjudicó por 1.500 ducados la obra del patio nuevo. En 1598, Francisco de la Mora, terminó el patio principal pero suprimiendo el estilo gótico por el herreriano. En 1681 un incendio afectó a la parte superior de la torre del Homenaje. Felipe III transformó el alcázar en prisión, con lo que fueron desatendidas todas sus instalaciones, entrando en un letargo del que no despertó hasta que en 1764 se inauguró la Academia de Artillería. Para ello, se remodeló su interior según proyecto del arquitecto real Francisco Sabatini, pero las salas nobles fueron respetadas y atendidas debidamente. En 1797 se reedificó un cubo de la torre del Homenaje por el arquitecto Juan de Villanueva. Tras la Guerra de la Independencia volvió a abrirse la academia en 1840. Fue ocupado por los franceses, que lo dedicaron a lugar de concentración de prisioneros y depósito de víveres y municiones. Por fortuna no causaron grandes desperfectos en su arquitectura, pero fueron depredadas sus ricas estancias. Durante las guerras carlistas fue fácilmente ocupado por las fuerzas de Zariátegui y Elio el 4 de agosto de 1837, que constituían el flanco de las columnas carlistas cuando llegaron a las puertas de Madrid. El 6 de mayo de 1862, el alcázar sufrió un terrible y violento incendio que lo destruyó en gran parte. El fuego destruyó todas sus riquezas, salvándose tan solo algunos frisos de piedra. Apenas quedaron en pie los muros exteriores y algunas pequeñas porciones del interior. Las obras de reconstrucción duraron desde 1882 hasta 1896, llevadas a cabo por los arquitectos Joaquín Odriozola y Antonio Bermejo, que optaron por recuperar la imagen general del edificio de los Austrias, aunque liberándolo de algunos elementos del siglo XVI, como la galería de los Moros, sobre la barrera, reconstruyendo las ventanas con arcos y capiteles medievales, se quitaron las aspilleras de las guerras carlistas, se eliminó el gimnasio de cadetes y una amazacotada construcción adosada a la torre del Homenaje. El alcázar quedó con el aspecto externo que presenta hoy día. Se pudo restaurar gracias a los 38 dibujos, explicados con texto, que dejó don José María Aviral, director entre 1837 y 1840 de la Escuela Especial de Artes Nobles de Segovia, de sus salas y elementos decorativos. Tras un corto periodo de tiempo fue cuartel de inválidos. Luego, en 1908, Alfonso XIII devolvió el alcázar al Cuerpo de Artillería, persistiendo en su recinto el Archivo General Militar. Tras la Guerra Civil, el marqués de Lozoya dirigió una cuidadosa restauración con objeto de devolverle su antiguo carácter. En 1951 se creó el Patronato del Alcázar, compuesto por autoridades civiles y militares, con el objeto de recuperar el edificio y favorecer su visita y estudio. Como complemento ha recibido mobiliario histórico, armas y armaduras de época y cuadros y tapices de Patrimonio Nacional. Mantiene entre sus muros todavía, desde 1973, el Archivo Militar,  y una pequeña parte reservada a la Artillería, mientras que el resto ha quedado libre para el turismo. Es visitado por más de 600.000 personas al año.